No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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domingo, 16 de febrero de 2014

9 - Qué esperas



Yo: - Pasaron nueve días desde la última vez. Llegué a pensar que podrías haberte alejado por mis últimas afirmaciones. Ponen a prueba tu amor por mí y por Jehová. Si las consideras compatibles o excluyentes.

Ella: - Lo importante, ahora, es que estoy de nuevo aquí. No importa qué pasó en el medio. Hoy estoy contigo.

- Gracias.

- No me agradezcas, quiero estar aquí, no es un favor.

- Estoy un poco mejor de ánimo. A ver si podemos divertirnos un rato. ¡Pachanga, mi negra!

- No quiero aturdirme ni escuchar a la guitarra sonar jota. No importa si plañe. Estoy invirtiendo en una empresa y mi intuición me dice que voy a ganar mucho, que va a pagar buenos dividendos. Y si no los paga, será la lucha más heroica, la mejor manera de gastar estos días de mi vida. No cambio estas lágrimas por ninguna risa que pueda existir en este mundo.

- Me vas a hacer ronronear a mí.

- Ojala. ¿Qué esperas de una mujer?

- Lo primero: que no tenna [tenga] pitito. (Como un niñito que recién empieza a hablar)

- (Riendo, pegándome y zamarreándome) ¡Noooo! ¡Otra vez noooo! ¡Cochino, puerco, prosaico, carnal, libidinoso! ¡Ja, ja! Te voy a sacudir para que tengas.

- ¡Ay! ¡No sos [eres] mi madre para pegarme!

- Soy tu madre y la bruja Cachavacha, ¡te voy a surtir para que tengas! Te pregunté en serio…

- Y yo contesté en serio también. ¿Pretendes que espere que una mujer tenga pitito? Es fundamental.

- ¡Caaaarrrlooos! ¡Cucha! ¡A la cucha perro! En serio, porfi, ¿qué esperas de una mujer?

- Que quiera estar conmigo, tan solo eso. Y que ese estar conmigo signifique estar en paz.

- Parece simple, muy poco

- No, no es tan simple, ni tan poco. Quiero que mi pareja no me desafíe ni a un concurso, ni a un examen, ni a un torneo. Lo que pretendo es llegar a sus brazos y encontrar un oasis, entrar con la guardia baja a buscar a mi otra mitad. No a una esclava sumisa ni a una amazona desafiante. Simplemente, alguien que quiera ser una conmigo. Diferentes partes de una unidad superior, pero que juntas se fusionen y funcionen como uno solo. Sin luchas ni exigencias. Sin imponer cambios.
No me importa su pasado. Tampoco me importa que me pida algo que recibió en su pasado y que yo no conocía o no supe darle. Si tengo que aprender algo, lo aprendo, no hay problema. Pero no quiero comparaciones, ni facturas posteriores, ni ninguna inconformidad. Que me acepte como soy y quiera estar conmigo con lo que hay, sin expectativas futuras, sin materias que rendir. Si hay algo que cambiar, si hay algo que mejorar, si tenemos que elevarnos: que sea juntos, conversando, de común acuerdo. Pero incondicionalmente uno junto al otro, caminando en igualdad el difícil camino de la convivencia.

- Comprendo. No es tan fácil.

- ¿Sabes por qué?

- Déjame probar:  porque las mujeres somos inherentemente disconformes. Siempre nos falta algo.

- Es uno de los pocos defectos que le conozco a la mujer. A Eva la mató. Lo acepto sin chistar, porque no se puede evitar. Pero busco una mujer que se esfuerce por amortiguarlo lo más que pueda. Que sea consciente, como vos [tú].

- ¿Entiendes qué lo causa?

- Todavía no. Sigo observando. Pero es tan lindo lo demás, que no me importa demasiado. Solo cuando exageran en esa postura.

- Me siento un conejillo de indias.

- ¡Ah, bueno! En cualquier momento empiezo a hacer experimentos contigo…

- ¡Ni que vengas con el séptimo de caballería! Vas a conocer tu Waterloo.

- Disfruto cuando te “enojas”. Es algo que me gusta provocar con todas. También sonrojar a las más inocentes. Es un placer sublime, realmente gozo con ello.

- ¿Qué es lo que gozas?

- Me enternece. Me dan ganas de comerlas a besos. Pero bien, no es nada erótico. Es como cuando ves a un cachorrito hermoso y lo abrazas y llenas de besos. Es como querer empaparse con la belleza, la inocencia. No dejarla ir.

- Una está acostumbrada a que los hombres miren más abajo de la espalda o cosas por el estilo. Tú te fijas en otras cosas.

- Yo también miro más abajo de la espalda, cómo vienen y cómo se van. No soy una excepción.

- Pero hay algo diferente contigo…

- Me parece que es el mismo tipo de diferencia que existe entre el hombre occidental y el hombre oriental. El hombre occidental ve una flor hermosa y la corta, la lleva a su hogar y la pone en un florero. En el mismo momento en que la corta, esa flor comienza a morir. En realidad, está muerta. Continúa “viviendo” por una suerte de inercia de la vida. No respeta, colecciona lo que le gusta, cosifica.
En cambio, el hombre oriental admira a la flor en su lugar y no la agrede. Si quiere disfrutar de nuevo, va hasta ella y la mira otra vez. Colecciona vivencias, no objetos, ni trofeos. No mata lo que le gusta.

- Profundo. Me dejas admirándote, sorprendida.

- No es mío. No lo descubrí yo por mérito propio. Me lo enseñó una mujer hace como treinta años. Lo aprendí de una compañera de trabajo.

- También es un mérito saber escuchar y elegir qué aprender. Parece, además, que las mujeres te han dejado mucho, has capitalizado tus relaciones con ellas.

- Mucho, mucho. De verdad, me dejaron mucho. Amo, respeto y aprendo. Al amar y respetar puedo dejarles algo también. Aunque más no fuera compañía, alguien en quien confiar, contención.

- ¿Tratas a todas de igual manera? ¿No tienes una escala de comportamientos a partir de una escala de valoraciones?

- Las trato a todas de la misma manera. La valoración que tenga de alguna no modifica mi comportamiento en cuanto al trato que recibe. Sí influye en el hecho de acercarme o no a una de ellas. Me acerco a las personalidades que me atraen, pero no maltrato o menosprecio a las que no me interesan. Es la misma cordialidad, pero más distante.

- Cuéntame algún caso que recuerdes.

- Hace unos treinta años fui por un aviso laboral al barrio de Floresta. Era un local comercial que estaba en una esquina del cruce de Concordia con Avellaneda. El dueño había puesto un servicio técnico de aparatos electrónicos, pero no sabía todo lo necesario para poder afrontar el desafío de diagnosticar y reparar; de manera que se fueron acumulando pilas de equipos y los clientes estaban muy impacientes. Fuimos dos por el aviso. Un técnico muy competente, ex profesor de una escuela privada de electrónica, y yo. Nos tomó a ambos. Pagaba una comisión por cada equipo.
El dueño del negocio era un hombre joven separado. Dormía en el sótano del local y le gustaban mucho las prostitutas. Como el barrio está lleno de ellas, no faltaban las que venían a visitar el local cuando estaban libres. Solían venir tres chicas jóvenes, de buenos cuerpos. Una tenía algo así como un retraso mental, de verdad le faltaba un par de jugadores. Era ordinaria, grosera. La segunda era normal, una prostituta “normal”, como uno se imagina a una trotacalles (porque hay algunas finísimas, para servicio VIP, pero no en Floresta). La tercera era una chica muy bonita, agradable, de modales sedosos, buena conversación, buen gusto en la vestimenta. Podías llevarla a cualquier parte y como estaba; no ibas a quedar mal. Realmente encantadora.
Yo le di el mismo trato que a vos [ti] y ella acusó recibo. Venía, estaba con los tres. La invitábamos a tomar y a comer algo, bromeábamos, pero me buscaba para charlar un rato en un rincón algo apartado. Se sentía atraída por el trato diferente que le daba, algo a la que no la tenían acostumbrada.
Los otros dos le pedían repetidamente que les hiciera un favor gratis. Ella sonreía, y les recordaba la tarifa.
Una tarde, yo estaba reparando un televisor y ella como una abeja reina entre dos zánganos. Discutían, entre risas, acerca de la gratuidad de sus favores. De pronto me preguntó: “Decime [dime], Carlos, ¿no lo valgo? ¿Qué tal estoy?”(Al mismo tiempo que se tocaba la cadera). Yo asentí y dije que estaba muy bien. Siguieron su discusión y quise hacer una broma. Dije: “¡Eh! ¡Siempre el vil metal! ¿Nunca por amor?”
Ella hizo un alto, me miró a los ojos y, tiernamente, dijo: “Bueno, Carlitos, para vos es gratis”. Los otros dos se quedaron con sus bocas abiertas. Yo sonreí y metí la cabeza dentro de la caja del televisor, para seguir trabajando y para dejar de ver la belleza que tenía en frente.
El negocio no daba para más. Habíamos sacado todos los equipos atrasados, pero entraban pocos trabajos nuevos porque “se había quemado”.
Ella volvió uno o dos días antes de que la persiana bajara para siempre. Fuimos a un pasillo en penumbras, se respaldó contra una pared y me contó que estaba embarazada, que lo iba a tener, que era del proxeneta y que no era un mal tipo, que se iba a vivir con él.
No nos dijimos adiós, pero fue una despedida. Nos separamos como si nos volviésemos a ver en unos días. Pero no volví a verla, hasta olvidé su nombre. Aunque “veo” su imagen en mi recuerdo. Cada tanto pienso en ella. Me pregunto qué habrá sido de su vida.

- Charly, me dan ganas de llenarte toda la cara de besitos. Me provocas un sentimiento de ternura, por momentos maternal. Me recuerdas a Jesús con María Magdalena.

- Nenita… [Niñita] Me estás comparando con alguien a quien no le llego a la altura de las suelas de sus sandalias. Yo tengo mis miserias, él no.

- ¿Cómo no se iba a acercar a vos después de tratarla con respeto y calidez?

- ¿Por qué habría de tratarla de otra manera? Era una persona, con corazón, con la capacidad de gozar y sufrir. Se debe sufrir siendo prostituta, que te traten como a una mercadería. Lo peor de todo, supongo, debe ser pensar que todo eso es porque ella quiso. Podría haber limpiado casas. Nunca pude explicarme cómo una chica como ella podía haber llegado a ese extremo. Daba la impresión de que venía de una familia de clase media, por la educación que reflejaba su conducta. No me contó y no me atreví a preguntar. En general, no hago preguntas, espero que me cuenten. Tampoco había demasiado tiempo ni entorno como para llegar a un habla tan íntima.
Yo la traté como me gusta que me traten a mí. Vi que era especial, que había un corazón al alcance y me comuniqué con él. Ella respondió porque, casi sin temor a equivocarme, estaba padeciendo esa falta de consideración. Mis compañeros no la trataban mal. Pero negociaban el precio. Se me ofreció gratis y la respeté. Ella sabía que yo era casado. Creo que tiene que haber pensado en que yo la había puesto a la altura de mi esposa. Porque las respeté a las dos.
A veces sueño despierto y pienso encontrarla en una congregación, bien casada, con una vida con propósito. La alegría no tendría límites. Si llegara a descubrirla de esa manera, la partiría en dos del abrazote que le daría. Después le pediría perdón al esposo. Pero después. ¿Qué habrá sido de esa linda y tierna joven que pasó fugaz por mi vida?

- Treinta años después pensás [piensas] en una chica prostituta que conociste apenas unos meses y que no viste más. ¿Te enamorás [enamoras] de todas?

- Si quieres decir enamoras, está bien, hazlo, yo digo que las amo; hay una sutil diferencia. No sufro por ella, no la deseo. Simplemente, le deseo el bien. Pienso en ella a partir de eso, me gustaría enterarme de que está bien y feliz. Y si está en la verdad, mejor.

- ¡Qué bicho raro que sos [eres], Carlos! Reconfortantemente raro. Dame un abrazo.

[…]

No me sueltes, un ratito más, porfi. Shhh, calladito, quietito. Hasta la piel, como me enseñaste.

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