No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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sábado, 16 de agosto de 2008

Sabiduría milenaria.


De la vieja China, una lección de vida:

"Ámame cuando menos lo merezca, ya que es cuando más lo necesito."

jueves, 8 de mayo de 2008

Amor insuficiente


Esta mañana hablaba con una mujer a quien amo. Ella es casada, pero mi amor es limpio. No estoy codiciando la mujer del prójimo; antes bien, mi deseo vehemente es por su bien y el de toda su familia.

En cierto momento surgió el tema del amor y ella me manifestó que el amor de pareja tiene algo de egoísmo, que el único amor no egoísta es el que se siente por los hijos. Tiene razón. Si confrontamos con la realidad, tiene razón. Pero no debería ser así. Esto es porque todos nosotros somos imperfectos. Erramos el blanco.

Es notable, en su misma afirmación hay algo que muestra nuestras propias miserias. Si somos capaces de no ser egoístas al amar a nuestros hijos ¿cuál sería la razón por la que no pudiéramos hacer eso mismo con otros? Especialmente con nuestra pareja, que es quien nos acompaña en la tarea de hacer crecer a nuestros hijos. Estos hijos no solamente deberían crecer bien en sí mismos, sino que sería deseable que transitaran un mundo mejor que el que nos tocó a nosotros. Toda mejora del mundo parte de nuestro cambio, de lo que nos esforcemos por progresar en lo que somos internamente y para los demás. Pero el ser humano vive esperando que mejore el otro. Así va el mundo...

Todo el daño que hacemos, cualquier falta que se nos pueda atribuir, parte del egoísmo y del orgullo que están en cada uno de nosotros. Cuanto menos tengamos de estos dos ingredientes mejor será nuestra vida y la de los demás. Quien pueda pensar antes en el que tiene en frente y ponerse en su lugar antes de hacer algo que lo involucre pondrá en práctica la esencia de todo código moral: ama a tu prójimo como a ti mismo (Levítico 19: 18). Porque el amor no obra mal a nadie y cualquier mandato en cuanto a nuestra conducta hacia los demás se reduce a esa esencia. Si pudiéramos comenzar dando sin esperar recibir nada, nuestro mundo sería uno sin cerraduras, ni policía, ni ejércitos. Caminaríamos entre hermanos y nuestros matrimonios serían realmente de dos que son una misma carne.

La injusticia del mundo revela un amor insuficiente.

lunes, 4 de febrero de 2008

Toda una vida.

Hay verdaderos tesoros que no los corroe el tiempo, no los come la polilla, ni los arruida el orín. No se guardan en cajas fuertes ni en lugares de alta seguridad, sino en el sitio más frágil y más indefenso de cuantos tenemos.

Pero nos pueden robar todo y hasta quitarnos nuestra vida, sin que esos tesoros sufran ninguna merma. Permanecen con nosotros hasta que dejamos de ser.

Mi hijo menor, Román Ezequiel, se casó con Silvana Patricia el 19 de enero en la ciudad mendocina de San Rafael.

El fin de año había sido difícil para Román, que aprobó con mucho esfuerzo su última materia de la carrera de arquitectura. Le quedan cinco finales para este año. Pero ya no debe cursar más y eso es un alivio muy grande, porque le deja más tiempo disponible a la par de que es una responsabilidad menos. Todavía le quedan el trabajo en el estudio de arquitectura y la preparación de los exámenes orales y escritos.

Pese a todas las corridas de la preparación del casamiento, la última materia, los trabajos de ambos y hasta un concurso al que se presentó ganando el quinto premio y siendo integrante del grupo de seis que salieron en la tapa del Suplemento de Arquitectura del diario Clarín, el casamiento y la fiesta que siguió nos mostró a todos a dos personas radiantes de amor y felicidad, a una pareja que además hizo de anfitriona y animaron la fiesta ellos mismos.

Además de todo lo hermoso que vivimos y a todas estas cosas que fueron maravillosas, el final nos tenía preparado una sorpresa.

Él se acercó a mi esposa y yo con un corazón de porcelana esmaltada que tenía una rosa blanca del mismo material en su tapa. Lo mismo hizo Silvana con sus padres.

Dijo que era un regalo para los dos. Cuando lo abrimos, en su interior había un pequeño papel en el que estaba escrito:

"Gracias por haber tenido la sabiduría y haberme dado la libertad para poder ser yo."

"Puede que parezca poco, pero es la esencia de lo que soy y soy feliz."

"Los amo a los dos."

"Gracias."

"Román, 19 de enero de 2008"


Aunque no hubiera otra cosa más en mi existencia entera, esta nota vale toda una vida.

domingo, 13 de enero de 2008

Mi madre

Mi madre, Carmen Elena Martínez Bayo, nació el 10 de marzo de 1924 en la estancia de la familia de su padre, José Robustiano Martínez Bayo, pero fue anotada en Rosario recién el 12 de julio de 1924, la fecha de nacimiento en su documento de identidad, Libreta Cívica nº 0.193.072.


Fue la segunda hija del matrimonio entre José y Carmen Irene Georgette Lageat, una francesita de cabellos rubios y ojos celestes que se enamoró perdidamente del "Negro José".


La hermana mayor se llamaba Nelly René y la menor Sara Irene, que nació el 28 de noviembre de 1925 y es la única de las tres que sobrevive. Este inseparable trío de simpáticas revoltosas volvió "loca" a mi abuela, que decía que hubiera preferido nueve varones y no tres mujeres como las que tuvo. Las tres fueron criadas por mi abuela de una manera muy particular para la época -hay que pensar que ella provenía de Francia y que Europa siempre estuvo un paso adelante en cuanto a libertades- , ellas fueron las primeras que patinaron por las calles de la vieja Rosario, montaban en bicicletas e hicieron travesuras más esperables de varones que de mujeres. Por ejemplo, bajar a Sara Irene -alias "Pocha"- con una soga de colgar la ropa desde la baranda del primer piso de la casa en penumbras en una calurosa tarde de verano, cuando mi abuela dormía la siesta. Motivo: imitar a un episodio visto en el cine en el que un buzo con escafandra bajaba al fondo del mar a rescatar un tesoro. El lugar del barco hundido era la cocina y los tesoros latas de galletitas.



Mi abuela despertó cuando la subían con las latas y, al verse descubiertas, las hermanas soltaron a la flaquita que, del susto, salió corriendo y se escondió en la cocina. Mi abuela no entendía nada todavía y preguntó, pero ninguna dijo nada concreto, así que fue siguiendo una misteriosa soga que serpenteaba hasta la oscura cocina, para encontrar a su hija acurrucada con las latas en un rincón. El reto de Poseidón fue terrible, hasta que apareció Zeus (mi abuelo) a ver qué era ese alboroto. La sufrida madre contó lo que había terminado de descubrir y dejó al padre a cargo de la reprimenda, yéndose confiada otra vez a la cama. José, que era más niño que las tres juntas, hizo que las iba a retar severamente. Una vez que estuvo seguro que su esposa no estaba cerca les preguntó: - A ver, chicas, ¿qué era lo que estaban haciendo?

Las chicas le contaron todo con lujo de detalle, pero mi abuelo no estaba conforme o seguro de haber entendido completamente, de manera que les pidió que hicieran su juego una vez más. Las chicas bajaron a su hermana y la subieron luego con las latas como estaba planeado. El abuelo, entonces, dijo: -Bueno, chicas, no lo hagan más. Les dio un beso a cada una y se fue a dormir.

Cuando ya tuvieron edad como para ser responsables por sus actos, la madre les dijo: -Yo ya las eduqué y les enseñé lo que está bien y lo que está mal. Ahora depende de ustedes como se porten.

Mi madre tuvo instrucción secundaria, fue perito mercantil. Sabía taquigrafía y era dactilógrafa. En Rosario estudió piano, solfeo cantado, inglés, pintura y danzas clásicas, también era muy afecta a la lectura y había estudiado la sabiduría árabe y la filosofía hindú. A los dieciocho años le otorgaron una beca para el Colón, pero el padre no la dejó viajar a Buenos Aires. Conoció a la bailarina clásica Beatriz Ferrari, que sí pudo hacer carrera en el Colón y que veíamos por Canal 7 cuando era chico.

Ya mayor de edad, viajó hasta aquí y se instaló en una pensión, luego de lo cual llamó a su madre y hermanas, que abandonaron a mi abuelo por jugador y mujeriego (así perdió toda su fortuna, que era muy grande). Trabajó como cantante de jazz en una confitería céntrica llamada “New China”, bajo el nombre artístico de “Daisy Dixon”. Guardaba un pequeño recuadro con su foto y un escueto comentario que salió en la revista “Radiolandia”, que hablaba de una joven cantante en ascenso. Cuando mi papá la conoció y comenzaron a noviar, la llevó a trabajar con él a Santarelli, con lo que concluyó su carrera de cantante.

Cuando yo tenía diecinueve años, todos los viernes asistíamos con mis amigos a las sesiones en el Cine Teatro Arte para escuchar jazz en distintos estilos. Cuando iba la orquesta de Mariano Tito, solíamos volver a Flores con uno de los hermanos Granata, ambos trompetistas y que habían formado parte de la orquesta en la que cantaba mi mamá. Granata vivía en el mismo edificio que uno de mis compañeros de la secundaria, y que venía a menudo con nosotros a escuchar jazz.

Era muy femenina, coqueta, romántica y amante de los misterios. Conversábamos mucho, diariamente, acerca de los viajes por mar, luego de la vida en el espacio exterior y muchas cosas más. Con papá charlaba, pero especialmente los fines de semana, pues su trabajo no dejaba más tiempo que ese.

Ella fomentó mucho el que leyera de todo y a tierna edad. Ya en la escuela elemental o primaria leía los libros de texto de la secundaria o media y otras obras que ella me compraba o que me regalaban otras personas que me conocían. Papá estaba de acuerdo con que aprendiera mucho, pero le recriminaba siempre que me hiciera tan soñador y poco "positivista". Decía que iba a sufrir mucho en la vida si me hacía como ella.

No se equivocó mucho, pero no me arrepiento de ser como soy. Pese a todo lo padecido siento cierto orgullo de ser un aprendiz de Quijote y un "defensor de causas perdidas", como me bautizó el jefe de celadores del Colegio Nacional Justo José de Urquiza, de Flores. Lamento, sí, haber quedado a mitad de camino y no llevado más lejos mi sed de justicia y mis ideales o el espíritu de aventurero. Podría haber sido un Indiana Jones, pero me quedé en esta selva de cemento, donde el Grial y las pirámides perdidas bajo la vegetación no se encuentran más que cuando el Ángel Gris te hace soñar en sus rondas por Flores.







A la izquierda: su hermana Pocha disfrazada de aviador. Mi madre, a la derecha, disfrazada de hawaiana. La fotografía fue tomada por la hermana mayor el 3 de junio de 1944.






Con su perrita a los 20 años, en 1944.



Esta fotografía es de cuando cantaba profesionalmente y conoció a mi padre.

De novios, mi mami al ataque. Ignoro quién sacó la fotografía.

Otra vez disfrazadas (Pocha y Carmen)