No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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lunes, 10 de febrero de 2014

6 - Contando recuerdos


Ella: - ¡Qué lindos los peluches que pescaste a la salida del cine! ¿Cual es tu método?

Yo: - Si te lo cuento y lo divulgas perderá eficacia, ellos corregirán el programa y será más difícil.

- Nooo, por fi [Un diminutivo cariñoso y seductor de “por favor”]. Dímelo, guardaré el secreto.

- Bueno, […..]

- ¿Así de sencillo?

- Sí, hay que observar y pensar. Un poco de lógica y paciencia; saber esperar el momento y pagar poco.

- Calculador el hombre.

- Si hubiera podido recibirme, iba a ser mi profesión.

- Me gustó lo que me contaste de Lia; curioso, por momentos gracioso y ameno. No la pasaste tan mal con ella.

- Tuvimos muy buenos momentos. No siempre todo funcionó mal. No hubiésemos podido estar casi cuarenta años juntos.

- Cuéntame algo gracioso de ella o de ustedes dos.

- A ver… Una vez fuimos con ella y mi madre a presenciar un casamiento. El viaje era considerable y salimos con un margen de seguridad para no llegar tarde. Fuimos tan prudentes que llegamos demasiado temprano. Era un pequeño templo católico. Nos sentamos más o menos en el medio y tuvimos que quedarnos a presenciar unos seis casamientos antes de que llegara el turno del que nos había convocado.
Lia usaba lentes de contacto semi-rígidos y tenía por costumbre quitarse uno de ellos cuando alguna partícula le causaba molestias, guardando la lente en la punta de su lengua.
Mi esposa era muy simpática, graciosa, promotora de bromas y estudiantiles desórdenes. De las que hacían punta a la hora de hacer travesuras. Mi madre también era bastante animada y las dos se sinergizaban.
La primera boda pasó sin nada que destacar. Los novios se retiraron, el público salió a felicitarlos. Las luces se apagaron y nosotros seguimos solos en el medio del templo. Hasta ahí, todo parecía normal.
Un rato después comenzaron a encenderse las luces, el sacerdote salió, nos vio en el medio, hizo algunas cosas, se retiró hacia algún privado del templo y el recinto comenzó a llenarse de otras personas. Todo se preparó. Entró la novia, el sacerdote los casó. Salieron y se apagaron casi todas las luces. Nosotros en el medio.
Esta rutina se repitió hasta el cuarto o quinto casamiento. Cuando el sacerdote volvió a salir en esa oportunidad nos miró extrañado y mi madre hizo una broma muy graciosa. Lia se rió con ganas y, de repente, quedó tiesa colocando un brazo suyo sobre mi pecho y el otro sobre el vientre de mi madre. Dijo: ¡Me tragué la lente de contacto!
Como era de hacer bromas ninguno de los dos le creímos. Pero ella insistió, así que nos quedamos atónitos. ¿Qué había que hacer?

- ¡Ja, ja, ja, ja, ja! ¡De película! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!

- Con Lia estaba acostumbrado a las cosas raras. Nos quedamos a presenciar el casamiento por el que habíamos ido y el lunes fuimos los dos a ver a un médico. El doctor nos dijo que él consideraba que los ácidos del estómago iban a destruir al acrílico con que estaba hecho, pero nos aconsejó revisar la materia fecal por unos días.
Compramos una bacinilla y comenzamos a obedecer el consejo del médico.
La primera vez Lia dijo que ella se encargaría de revolver con un palito el desagradable contenido. Al ratito comenzó a hacer arcadas. Entonces yo la relevé hasta que me pasó lo mismo, y así nos alternamos. Esto se repitió cada vez que fue de cuerpo durante algunos días.
El romanticismo del matrimonio…

- ¡Ja, ja, ja! ¡Dura la vida del casado!

- Con el tiempo es un recuerdo hermoso, porque eso es algo que puede darse solamente con quienes comparten una vida.

- Me dan ganas de casarme. De repente me dan ganas de compartir una vida.
  
- No tienes con quién. Además, no es nada fácil alcanzar algo que se pueda llamar felicidad en este sistema inicuo. Al matrimonio le quedan las peores horas del día para compartir. Las mejores se gastan en la lucha por la vida, cada uno por su lado. Hay que sacarle fuerzas al cansancio y, muchas veces, a la desesperanza.

- Pero debe ser hermoso poder acurrucarse en un rincón y mimarse para olvidar las penas.

- A veces el mimarse no implica caricias ni palabras dulces, basta con el silencio y vivir juntos el descanso, el transcurso del tiempo. Tampoco es necesario vivirlo con un cónyuge, puede ser entre amigos, como nosotros.

- Explícame.

- Te cuento una entre amigos. Graciela y yo.
Un día lo dedicamos a limpieza de su casa y a algunos arreglos. Hacía mucho calor. Yo me puse un short de baño y Graciela estaba con pantaloncitos cortos. Trabajamos duro, casi sin tregua. Al caer la tarde dimos por concluida la tarea. No había un peso partido por la mitad. Graciela había llenado dos botellas de 600 cm³ de Coca Cola con agua corriente y las dejó en el congelador. Hasta lo había olvidado.
Me dijo: Vení [ven], vamos a sentarnos en la escalera que va a la terraza, a esta hora corre una brisa agradable. Tomó las dos botellitas congeladas y subimos. Se sentó en un escalón y me invitó a hacer lo mismo a su lado. Sin ponernos de acuerdo ambos nos inclinamos hacia atrás estirando las piernas y nos relajamos. Efectivamente, soplaba una brisa agradable y empezamos a saborear el agua helada que se iba derritiendo en la botella. ¡Qué placer! Casi no hablamos, pero fue una comunión, un gozo indescriptible. No hubiese cambiado el lugar, ni nuestro horrible aspecto, ni el agua, por el mejor champaña en el más fino lugar. Fue un momento mágico.
Te cuento más: la escalera era angosta y estábamos bastante apretados. En un momento, ambos teníamos las piernas flexionadas y nuestros pies en el escalón por debajo de aquel en que nos sentábamos. De manera que su muslo y el mío estaban muy próximos, casi rozándose. Yo estaba relajado y no pensaba en nada, pero llegué a percatarme de ese roce. Los pelitos transmitían como una cosquilla, una electricidad muy tenue, y su calor. Entonces, me quedé muy quieto disfrutando esa sensación. Era un chico en Disneylandia, no quería que terminara. ¡Qué premio para tanto esfuerzo!

- ¿Eso no es atracción sexual por Graciela?

- No. Admito que no me hubiera quedado disfrutando la electricidad en los pelitos si el muslo hubiese sido de Osvaldo…

- ¡Ja, ja, ja! ¿Entonces?

- Entonces: sabes que amo profundamente a Graciela, que además, como su nombre da a entender, es una mujer.

- ¿Entonces?

- Hay una palabra que olvidé y no pude recordar ni esforzándome. Llevo un tiempo tratando de acordarme de esa palabra, me hacía falta para describir una experiencia. Significa la necesidad de tocarse que tienen las personas que se aman. No solamente las parejas. Todos los que se aman. Abrazos, caricias,  apretones de manos, palmeadas, sentir al otro.
Era eso, nada más.  Una manera de usar otro sentido además de la vista. De reafirmar que ella estaba allí y yo también. Que yo estaba para ella. Que me importaba.
Es como si uno quisiera tocar para descartar un espejismo, para concluir que eso que vemos está ahí y lo que estamos viviendo es real, es vida, no un sueño.
A uno le importan las personas que conoce, en las que ha invertido tiempo, su vida, en ellas. También pudiera ser que tratásemos de volver a uno lo que dejamos en el otro; pero no como quien reclama una deuda y te quita lo que te prestó. Probablemente, como una forma de integrarlo e integrarse, en hacer de los dos uno, porque el otro tiene tanto de uno mismo, que hasta podrían ser uno. Y apretamos… pero no podemos unir los barros, la unión es en espíritu. Tercos, seguimos intentando con el barro, como para no rendirse así no más. Cada tanto, volvemos a tocarnos.

- ¡Ay, Carlos! (se le llenaron los ojos de lágrimas) ¡Cómo amas a esa mujer! ¡Lo que debes estar sufriendo! (Me acarició una mejilla)

- ¿Ves? ¿Estás enamorada de mí? ¿Por qué la caricia?

- Me provocaste una ternura infinita. Quise consolarte. No estoy enamorada, pero me acerco a ti y el amor crece cada vez que compartimos tiempo. Hasta me arrepiento de no haberme relacionado antes contigo.

- Las cosas se dan siempre en el momento justo. Antes, quizás, no hubiera sido nada especial.

- Pero una se envicia y quiere más.

- ¡Viciosa!

- ¡Naaaa! (bajando la cabeza y sonrojándose)

- Bueno, ni, para ser más exactos. [Ni: intermedio entre no y sí. No, pero sí o: sí, pero no]

- Está bien, ¡NI!

- ¿"No, pero sí" o "sí, pero no"?

- NI, ¡no me acorrales!

- Está bien, señorita, es una tregua. No la acorralo. Pero, atenta, mire bien dónde pisa, por favor. Por los dos.

- Sí, no tengas cuidado.
Ya que estoy viciosa: ¿te parece si mañana me ayudas con una asignación que tengo?


- OK, viciosa, te espero mañana.

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