No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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martes, 11 de septiembre de 2007

Carta de un viajante enamorado.

Las nueve de la mañana de un lunes, normalmente un día dormilón que descansa las copas y conversaciones vacías de la noche del domingo. El cuerpo algo más pesado, la mente ausente y, de repente, un grito lejano y la magia: nieve, nieve en octubre. No en vano la naturaleza es femenina, un capricho, una coquetería. Las narices se pegan y deforman contra las ventanas; todos somos niños, con ganas de hacer muñequitos.

Nos invade una sensación de paz, a mí me dan ganas de dejar las medias a Papá Noel. Es Navidad, como en las películas. Un día especial para soñar, para meditar, para extrañar, para amar.

Una mezcla extraña de melancolía, maravilla y ganas de hacer travesuras me invade y permanece en mí todo el día. Pienso en vos, pienso en los dos, pienso en todo.

Una compañera en el trabajo dice que hoy van a morir muchos corderitos en el campo. Me apeno, me conmueve que seres tan dulces como ellos tengan que morir de frío a poco de nacer tan solo porque nuestros campos son tan grandes y difíciles de recorrer en poco tiempo.

Viene alguien y dice que los manzanos en flor serán seguramente dañados y que casi no habrá cosecha.

Por momentos me turban todas estas cosas. El hombre es tan limitado e ignorante que es capaz de sentir felicidad o maravilla ante la belleza de un hecho que puede ser desgracia para otros simultáneamente. ¿Tenemos el derecho egoísta de desear algo porque es agradable a la vista o al espíritu cuando otros deben sufrir eso mismo como un castigo?

Más tarde me respondí que no se trata de tener derecho ni de tener deber de saber cuándo Disfrutar o cuándo Repudiar, cuando Desear y cuándo Resignar; esa no es tarea de hombres. Dios hace llover sobre justos e injustos, y no importa que suceda si hay un labrador con su tierra sedienta o un dueño de casa con el techo agrietado. Él sabe lo que hace y nosotros no tenemos conciencia de todo; no podemos precisar si son más aquellos que se alegran que los que se afligen.

Basta con tener alegrías y tristezas genuinas, nuestras, únicas como nosotros, y compartir con los otros sus emociones cuando las conocemos, entendiendo penas y festejos ajenos. Esa es tarea de hombres; comprender a medias, compartir de a poco, pero con todo; ser tontos e ignorantes o limitados, pero profundos en lo nuestro, cada instante.

Llorar por el cordero que muere de frío y jugar como un niño en la nieve. Respetar silenciosamente la desgracia del campesino y entrar en un mundo de sueños en el que siempre estás vos, siempre vos.

Una chimenea, los copos, una alfombra, unas copas, mucho tiempo, silencio y nosotros. Y los corderos, los indiecitos en las taperas, los manzanos, los hombres, Dios, un cúmulo de Seres sirviendo de marco a un pequeño, minúsculo, universo nuestro, tan insignificante ante tales cosas y, sin embargo, con mil rincones inexplorados, desconocidos, futuros para nosotros.

Es magia, nada más ni nada menos. Pero una magia chiquitita, del tamaño de mi corazón, que no alcanza para completar el mundillo de sueños para que se haga material, palpable. No estás. No estás.

Sos algo así como un escalofrío cuando te pienso . Una lágrima o una sonrisa según “te vea”. Pero no un abrazo cálido, ni una caricia tierna.

No hay magos ni poderosos que puedan cambiar la realidad ni convertir sueños en realidades. Debemos subir al cielo con las manos. Ganar el pan con el sudor de la frente. Hoy no estás conmigo para vivir una magia, pero mañana estaremos juntos, realmente juntos, para construir una, aunque no nieve.

Y esa magia se construye con las manos, las palabras, mucho tiempo, amor y ganas.

Seguro habrá alrededor nuestro, cuando nos abracemos, un paisaje frío y romántico, no importa que estemos, ignorantes y limitados, en un mundo de semáforos y bocinas, corderitos muertos y turistas entusiasmados.

Será nuestro y único, inexplorado e inaccesible a otros. Mientras tengamos amor y manos para construirlo.

Hasta ahora amor, dormí a mi lado mientras te encuentro.

General Roca, 1º de octubre de 1979.









La destinataria de esta carta, cuando estábamos de novios, en algún momento entre el 12 de agosto de 1969 y el 15 de diciembre de 1972. Fotografía tomada en la Plaza de los Dos Congresos.






Otra fotografía anterior a nuestro casamiento.





Con nuestro hijo mayor, Nicolás Gabriel, unos dos o tres años antes de la escritura de la carta.


El día de nuestro compromiso, el 12 de agosto de 1972. (El padre le dijo: muy lindo, pero, ¿no le falta algo? ¿Es así? Serrat llamó por teléfono y le contestó: Tiene un sueño en la piel, señor.)


En el medio: yo; o sea, el actual, pero dividido por 1,4 en volumen y por 3 en edad. Y mis futuros concuñada y suegro. ¿Me casé? ¡Pero si recién había salido de la salita verde!



Sin palabras... El nene ahora tiene cincuenta años.








Nos casamos el 16 de diciembre de 1972. Estas fotos son de cuando nos retiramos del salón de fiestas, en la madrugada del 17 de diciembre. El vestidito de Lia era de un rosa muy claro, entramado con hilos blancos, y sus sandalias eran blancas. El saco mío era blanco, con bordados en celeste, el pantalón azul francia con bordados en blanco o celeste muy claro (no recuerdo bien, ya piso los 63) y la corbata era azul francia, con bordados blancos y rojo señal (Del Paraguay, regalo del señor que está a la izquierda, nuestro "Tío Enrique"). El chivo dio lo mejor de sí, en manos de mi hermano. Él evitó que mis amigos raptaran a la novia, en una cinematográfica persecución, en la que aceleraba cuando los otros vehículos pretendían cortarnos el paso, para después frenar bruscamente en una esquina con un rebaje y doblar, dejando atrás a los perseguidores, que seguían de largo. Mientras, Lia sacaba y sacudía sus piernas por la ventanilla. Divertido. Peligroso y divertido. Hasta el Claridge Hotel, donde los perseguidores se convirtieron en una hinchada que coreaba: "¡Cachitoooo, Cachitoooo!". Locuras con final feliz, en este caso, que uno solamente se permite a los veintidós años.

1 comentario:

Evamfer dijo...

Profundamente Tierno
Me conmovio hasta lo mas intimo
Gracias por dejarnos leer esta carta, muy inspiradora e intimament romantica.