No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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lunes, 10 de septiembre de 2007

Fue en 1974.

CARTA A MI HIJO POR NACER


Quiera el Altísimo que nunca dejes de ser ingenuo, para que nunca la vejez te alcance. Quiera, también, que jamás pierdas el amor hacia tu prójimo, para que camines todo el mundo con la frente alta y con una sonrisa, entre hermanos. Que no pierdas la capacidad de maravillarte, para no ser ciego y ver las cosas hermosas de la Creación y dar gracias. Que no dejes nunca de ser humilde y modesto, para tener presente en todo momento aquello que hay debajo tuyo y lo que te supera. Que no pierdas el buen sentido, para distinguir lo verdadero de lo falso y ser único y auténtico, lejos de los moldes y de las vulgaridades. Que prefieras el saber antes que el poder. Que reniegues del odio y des la otra mejilla. Que te complazca más salvar a una persona que guiar multitudes. Que no creas ser el dueño de la verdad, sino que la busques desesperadamente. Que sepas perdonar sin darte cuenta. Que no dejes nunca de ser travieso. Que tengas lágrimas y risas, pero limpias. Que no temas arrimarte a los perversos y a los sucios, consciente de que no pueden ensuciarte. Que no haya mejor premio para vos que bucear en los océanos y llenar tus manos con la tierra pródiga. Que admires el vuelo de los pájaros y hasta los imites. Que seas libre siempre aunque estés encadenado. Que ames sin vergüenza. Que no seas solemne ni almidonado, pero que tu presencia misma denote dignidad. Que no pierdas la fe. Que seas padre o madre de todos los chicos del mundo y te sientas hijo de todas las mujeres, pero más de una. Que creas que los dos tenemos un mismo Padre. Que a ese Padre no se lo compra ni se lo vende, ni por bien, ni por mal. Que aprendas que el bien sólo con el bien se hace; que es de necios buscar el bien luchando con los medios que causan el mal. Que en tu búsqueda te apartes de todo lo que involucre a la carne o a la sangre, y que seas prudente con los resultados. Que te sepas siempre ignorante, y serás siempre el más sabio de todos los hombres. Que te convenzas que nada bueno se logra sin esfuerzo; que no hay santos sin áscesis ni piedra filosofal sin filósofo, que no hay pan sin trabajo ni verdadera riqueza sin amor.


Hijo mío, si quieres saber el milagro que eres, no dejes nunca de mirar lo profundo del cielo estrellado. Que entre esa maravilla puedas ver, algún día, la luz que brilla al otro lado.Te lo desea tu padre por vos y por él, para que seas dueño y esclavo del Bien y puedas enseñarle en qué se ha equivocado.


Que así sea.


Buenos Aires, 1974.


Nació el 30 de septiembre de 1974 y su hermano llegó el 8 de noviembre de 1978. La carta fue escrita una tarde de sábado o domingo cuando Nicolás todavía era una esperanza y una incógnita, pero fue escrita para los dos y cualquier otro que viniera después.

Hoy, no me arrepiento del contenido, pero sí de haber tenido la actitud de pedir. Y pedir mucho. No es bueno poner una carga tan pesada sobre un hijo. Ahora pienso que es mucho mejor dar todo de sí, lo mejor de uno, y no pedir que nos superen. Los hijos no son para cumplir con nuestros sueños no logrados o para superar nuestros defectos. Tampoco deben ser un vehículo para saldar nuestras cuentas pendientes o superar nuestras frustraciones.

Deben recibir amor y buenos ejemplos y volar, volar por ellos mismos cuando estén maduros para hacerlo. Cuando emprenden el vuelo, los padres no podemos hacer ya más que confiar y esperar; y estar dispuestos a brindar una pista de emergencia donde encontrar un lugar seguro y fraterno para atierrar cuando las alas desfallezcan.

Aunque aniden en otras partes, siempre habrá otro hogar esperándolos si les hace falta. Un hogar que no fue perfecto, porque nadie lo es.

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