Yo: - Pasaron nueve días desde la
última vez. Llegué a pensar que podrías haberte alejado por mis últimas
afirmaciones. Ponen a prueba tu amor por mí y por Jehová. Si las consideras
compatibles o excluyentes.
Ella: - Lo importante, ahora, es
que estoy de nuevo aquí. No importa qué pasó en el medio. Hoy estoy contigo.
- Gracias.
- No me agradezcas, quiero estar
aquí, no es un favor.
- Estoy un poco mejor de ánimo. A
ver si podemos divertirnos un rato. ¡Pachanga, mi negra!
- No quiero aturdirme ni escuchar
a la guitarra sonar jota. No importa si plañe. Estoy invirtiendo en una empresa
y mi intuición me dice que voy a ganar mucho, que va a pagar buenos dividendos.
Y si no los paga, será la lucha más heroica, la mejor manera de gastar estos
días de mi vida. No cambio estas lágrimas por ninguna risa que pueda existir en
este mundo.
- Me vas a hacer ronronear a mí.
- Ojala. ¿Qué esperas de una
mujer?
- Lo primero: que no tenna
[tenga] pitito. (Como un niñito que recién empieza a hablar)
- (Riendo, pegándome y
zamarreándome) ¡Noooo! ¡Otra vez noooo! ¡Cochino, puerco, prosaico, carnal,
libidinoso! ¡Ja, ja! Te voy a sacudir para que tengas.
- ¡Ay! ¡No sos [eres] mi madre
para pegarme!
- Soy tu madre y la bruja
Cachavacha, ¡te voy a surtir para que tengas! Te pregunté en serio…
- Y yo contesté en serio también.
¿Pretendes que espere que una mujer tenga pitito? Es fundamental.
- ¡Caaaarrrlooos! ¡Cucha! ¡A la
cucha perro! En serio, porfi, ¿qué esperas de una mujer?
- Que quiera estar conmigo, tan
solo eso. Y que ese estar conmigo signifique estar en paz.
- Parece simple, muy poco
- No, no es tan simple, ni tan
poco. Quiero que mi pareja no me desafíe ni a un concurso, ni a un examen, ni a
un torneo. Lo que pretendo es llegar a sus brazos y encontrar un oasis, entrar
con la guardia baja a buscar a mi otra mitad. No a una esclava sumisa ni a una
amazona desafiante. Simplemente, alguien que quiera ser una conmigo. Diferentes
partes de una unidad superior, pero que juntas se fusionen y funcionen como uno
solo. Sin luchas ni exigencias. Sin imponer cambios.
No me importa su pasado. Tampoco
me importa que me pida algo que recibió en su pasado y que yo no conocía o no
supe darle. Si tengo que aprender algo, lo aprendo, no hay problema. Pero no
quiero comparaciones, ni facturas posteriores, ni ninguna inconformidad. Que me
acepte como soy y quiera estar conmigo con lo que hay, sin expectativas
futuras, sin materias que rendir. Si hay algo que cambiar, si hay algo que mejorar,
si tenemos que elevarnos: que sea juntos, conversando, de común acuerdo. Pero
incondicionalmente uno junto al otro, caminando en igualdad el difícil camino
de la convivencia.
- Comprendo. No es tan fácil.
- ¿Sabes por qué?
- Déjame probar: porque las
mujeres somos inherentemente disconformes. Siempre nos falta algo.
- Es uno de los pocos defectos
que le conozco a la mujer. A Eva la mató. Lo acepto sin chistar, porque no se puede evitar.
Pero busco una mujer que se esfuerce por amortiguarlo lo más que pueda. Que sea
consciente, como vos [tú].
- ¿Entiendes qué lo causa?
- Todavía no. Sigo observando.
Pero es tan lindo lo demás, que no me importa demasiado. Solo cuando exageran
en esa postura.
- Me siento un conejillo de
indias.
- ¡Ah, bueno! En cualquier
momento empiezo a hacer experimentos contigo…
- ¡Ni que vengas con el séptimo
de caballería! Vas a conocer tu Waterloo.
- Disfruto cuando te “enojas”. Es
algo que me gusta provocar con todas. También sonrojar a las más inocentes. Es
un placer sublime, realmente gozo con ello.
- ¿Qué es lo que gozas?
- Me enternece. Me dan ganas de
comerlas a besos. Pero bien, no es nada erótico. Es como cuando ves a un
cachorrito hermoso y lo abrazas y llenas de besos. Es como querer empaparse con
la belleza, la inocencia. No dejarla ir.
- Una está acostumbrada a que los
hombres miren más abajo de la espalda o cosas por el estilo. Tú te fijas en
otras cosas.
- Yo también miro más abajo de la
espalda, cómo vienen y cómo se van. No soy una excepción.
- Pero hay algo diferente contigo…
- Me parece que es el mismo tipo
de diferencia que existe entre el hombre occidental y el hombre oriental. El
hombre occidental ve una flor hermosa y la corta, la lleva a su hogar y la pone
en un florero. En el mismo momento en que la corta, esa flor comienza a morir.
En realidad, está muerta. Continúa “viviendo” por una suerte de inercia de la
vida. No respeta, colecciona lo que le gusta, cosifica.
En cambio, el hombre oriental
admira a la flor en su lugar y no la agrede. Si quiere disfrutar de nuevo, va
hasta ella y la mira otra vez. Colecciona vivencias, no objetos, ni trofeos. No
mata lo que le gusta.
- Profundo. Me dejas admirándote,
sorprendida.
- No es mío. No lo descubrí yo
por mérito propio. Me lo enseñó una mujer hace como treinta años. Lo aprendí de
una compañera de trabajo.
- También es un mérito saber
escuchar y elegir qué aprender. Parece, además, que las mujeres te han dejado
mucho, has capitalizado tus relaciones con ellas.
- Mucho, mucho. De verdad, me
dejaron mucho. Amo, respeto y aprendo. Al amar y respetar puedo dejarles algo
también. Aunque más no fuera compañía, alguien en quien confiar, contención.
- ¿Tratas a todas de igual
manera? ¿No tienes una escala de comportamientos a partir de una escala de
valoraciones?
- Las trato a todas de la misma
manera. La valoración que tenga de alguna no modifica mi comportamiento en
cuanto al trato que recibe. Sí influye en el hecho de acercarme o no a una de
ellas. Me acerco a las personalidades que me atraen, pero no maltrato o
menosprecio a las que no me interesan. Es la misma cordialidad, pero más
distante.
- Cuéntame algún caso que
recuerdes.
- Hace unos treinta años fui por
un aviso laboral al barrio de Floresta. Era un local comercial que estaba en
una esquina del cruce de Concordia con Avellaneda. El dueño había puesto un
servicio técnico de aparatos electrónicos, pero no sabía todo lo necesario para
poder afrontar el desafío de diagnosticar y reparar; de manera que se fueron
acumulando pilas de equipos y los clientes estaban muy impacientes. Fuimos dos
por el aviso. Un técnico muy competente, ex profesor de una escuela privada de
electrónica, y yo. Nos tomó a ambos. Pagaba una comisión por cada equipo.
El dueño del negocio era un
hombre joven separado. Dormía en el sótano del local y le gustaban mucho las
prostitutas. Como el barrio está lleno de ellas, no faltaban las que venían a
visitar el local cuando estaban libres. Solían venir tres chicas jóvenes, de
buenos cuerpos. Una tenía algo así como un retraso mental, de verdad le
faltaba un par de jugadores. Era ordinaria, grosera. La segunda era normal,
una prostituta “normal”, como uno se imagina a una trotacalles (porque hay
algunas finísimas, para servicio VIP, pero no en Floresta). La tercera era una
chica muy bonita, agradable, de modales sedosos, buena conversación, buen gusto
en la vestimenta. Podías llevarla a cualquier parte y como estaba; no ibas a
quedar mal. Realmente encantadora.
Yo le di el mismo trato que a vos
[ti] y ella acusó recibo. Venía, estaba con los tres. La invitábamos a tomar y
a comer algo, bromeábamos, pero me buscaba para charlar un rato en un rincón
algo apartado. Se sentía atraída por el trato diferente que le daba, algo a la
que no la tenían acostumbrada.
Los otros dos le pedían
repetidamente que les hiciera un favor gratis. Ella sonreía, y les recordaba la
tarifa.
Una tarde, yo estaba reparando un
televisor y ella como una abeja reina entre dos zánganos. Discutían, entre
risas, acerca de la gratuidad de sus favores. De pronto me preguntó: “Decime
[dime], Carlos, ¿no lo valgo? ¿Qué tal estoy?”(Al mismo tiempo que se tocaba la
cadera). Yo asentí y dije que estaba muy bien. Siguieron su discusión y quise
hacer una broma. Dije: “¡Eh! ¡Siempre el vil metal! ¿Nunca por amor?”
Ella hizo un alto, me miró a los
ojos y, tiernamente, dijo: “Bueno, Carlitos, para vos es gratis”. Los otros dos
se quedaron con sus bocas abiertas. Yo sonreí y metí la cabeza dentro de la
caja del televisor, para seguir trabajando y para dejar de ver la belleza que
tenía en frente.
El negocio no daba para más.
Habíamos sacado todos los equipos atrasados, pero entraban pocos trabajos
nuevos porque “se había quemado”.
Ella volvió uno o dos días antes de
que la persiana bajara para siempre. Fuimos a un pasillo en penumbras, se
respaldó contra una pared y me contó que estaba embarazada, que lo iba a tener,
que era del proxeneta y que no era un mal tipo, que se iba a vivir con él.
No nos dijimos adiós, pero fue
una despedida. Nos separamos como si nos volviésemos a ver en unos días. Pero no
volví a verla, hasta olvidé su nombre. Aunque “veo” su imagen en mi recuerdo.
Cada tanto pienso en ella. Me pregunto qué habrá sido de su vida.
- Charly, me dan ganas de
llenarte toda la cara de besitos. Me provocas un sentimiento de ternura, por
momentos maternal. Me recuerdas a Jesús con María Magdalena.
- Nenita… [Niñita] Me estás
comparando con alguien a quien no le llego a la altura de las suelas de sus
sandalias. Yo tengo mis miserias, él no.
- ¿Cómo no se iba a acercar a vos
después de tratarla con respeto y calidez?
- ¿Por qué habría de tratarla de
otra manera? Era una persona, con corazón, con la capacidad de gozar y sufrir. Se
debe sufrir siendo prostituta, que te traten como a una mercadería. Lo peor de
todo, supongo, debe ser pensar que todo eso es porque ella quiso. Podría haber
limpiado casas. Nunca pude explicarme cómo una chica como ella podía haber
llegado a ese extremo. Daba la impresión de que venía de una familia de clase
media, por la educación que reflejaba su conducta. No me contó y no me atreví a
preguntar. En general, no hago preguntas, espero que me cuenten. Tampoco había
demasiado tiempo ni entorno como para llegar a un habla tan íntima.
Yo la traté como me gusta que me
traten a mí. Vi que era especial, que había un corazón al alcance y me
comuniqué con él. Ella respondió porque, casi sin temor a equivocarme, estaba
padeciendo esa falta de consideración. Mis compañeros no la trataban mal. Pero
negociaban el precio. Se me ofreció gratis y la respeté. Ella sabía que yo era
casado. Creo que tiene que haber pensado en que yo la había puesto a la altura
de mi esposa. Porque las respeté a las dos.
A veces sueño despierto y pienso
encontrarla en una congregación, bien casada, con una vida con propósito. La
alegría no tendría límites. Si llegara a descubrirla de esa manera, la partiría
en dos del abrazote que le daría. Después le pediría perdón al esposo. Pero
después. ¿Qué habrá sido de esa linda y tierna joven que pasó fugaz por mi
vida?
- Treinta años después pensás
[piensas] en una chica prostituta que conociste apenas unos meses y que no viste
más. ¿Te enamorás [enamoras] de todas?
- Si quieres decir enamoras, está
bien, hazlo, yo digo que las amo; hay una sutil diferencia. No sufro por ella,
no la deseo. Simplemente, le deseo el bien. Pienso en ella a partir de eso, me
gustaría enterarme de que está bien y feliz. Y si está en la verdad, mejor.
- ¡Qué bicho raro que sos [eres],
Carlos! Reconfortantemente raro. Dame un abrazo.
[…]
No me sueltes, un ratito más,
porfi. Shhh, calladito, quietito. Hasta la piel, como me enseñaste.
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