Ella: - ¡Qué lindos los peluches que pescaste a la salida del cine! ¿Cual es tu método?
Yo: - Si te lo
cuento y lo divulgas perderá eficacia, ellos corregirán el programa y será más
difícil.
- Nooo, por fi [Un
diminutivo cariñoso y seductor de “por favor”]. Dímelo, guardaré el secreto.
- Bueno, […..]
- ¿Así de sencillo?
- Sí, hay que
observar y pensar. Un poco de lógica y paciencia; saber esperar el momento y
pagar poco.
- Calculador el
hombre.
- Si hubiera podido
recibirme, iba a ser mi profesión.
- Me gustó lo que
me contaste de Lia; curioso, por momentos gracioso y ameno. No la pasaste tan
mal con ella.
- Tuvimos muy
buenos momentos. No siempre todo funcionó mal. No hubiésemos podido estar casi
cuarenta años juntos.
- Cuéntame algo
gracioso de ella o de ustedes dos.
- A ver… Una vez
fuimos con ella y mi madre a presenciar un casamiento. El viaje era
considerable y salimos con un margen de seguridad para no llegar tarde. Fuimos
tan prudentes que llegamos demasiado temprano. Era un pequeño templo católico.
Nos sentamos más o menos en el medio y tuvimos que quedarnos a presenciar unos
seis casamientos antes de que llegara el turno del que nos había convocado.
Lia usaba lentes de
contacto semi-rígidos y tenía por costumbre quitarse uno de ellos cuando alguna
partícula le causaba molestias, guardando la lente en la punta de su lengua.
Mi esposa era muy
simpática, graciosa, promotora de bromas y estudiantiles desórdenes. De las que
hacían punta a la hora de hacer travesuras. Mi madre también era bastante
animada y las dos se sinergizaban.
La primera boda
pasó sin nada que destacar. Los novios se retiraron, el público salió a
felicitarlos. Las luces se apagaron y nosotros seguimos solos en el medio del
templo. Hasta ahí, todo parecía normal.
Un rato después
comenzaron a encenderse las luces, el sacerdote salió, nos vio en el medio,
hizo algunas cosas, se retiró hacia algún privado del templo y el recinto
comenzó a llenarse de otras personas. Todo se preparó. Entró la novia, el
sacerdote los casó. Salieron y se apagaron casi todas las luces. Nosotros en el
medio.
Esta rutina se
repitió hasta el cuarto o quinto casamiento. Cuando el sacerdote volvió a salir
en esa oportunidad nos miró extrañado y mi madre hizo una broma muy graciosa.
Lia se rió con ganas y, de repente, quedó tiesa colocando un brazo suyo sobre
mi pecho y el otro sobre el vientre de mi madre. Dijo: ¡Me tragué la lente de
contacto!
Como era de hacer
bromas ninguno de los dos le creímos. Pero ella insistió, así que nos quedamos
atónitos. ¿Qué había que hacer?
- ¡Ja, ja, ja, ja,
ja! ¡De película! ¡Ja, ja, ja, ja, ja!
- Con Lia estaba
acostumbrado a las cosas raras. Nos quedamos a presenciar el casamiento por el
que habíamos ido y el lunes fuimos los dos a ver a un médico. El doctor nos
dijo que él consideraba que los ácidos del estómago iban a destruir al acrílico
con que estaba hecho, pero nos aconsejó revisar la materia fecal por unos días.
Compramos una
bacinilla y comenzamos a obedecer el consejo del médico.
La primera vez Lia
dijo que ella se encargaría de revolver con un palito el desagradable
contenido. Al ratito comenzó a hacer arcadas. Entonces yo la relevé hasta que
me pasó lo mismo, y así nos alternamos. Esto se repitió cada vez que fue de
cuerpo durante algunos días.
El romanticismo del
matrimonio…
- ¡Ja, ja, ja!
¡Dura la vida del casado!
- Con el tiempo es
un recuerdo hermoso, porque eso es algo que puede darse solamente con quienes
comparten una vida.
- Me dan ganas de
casarme. De repente me dan ganas de compartir una vida.
- No tienes con
quién. Además, no es nada fácil alcanzar algo que se pueda llamar felicidad en
este sistema inicuo. Al matrimonio le quedan las peores horas del día para
compartir. Las mejores se gastan en la lucha por la vida, cada uno por su lado.
Hay que sacarle fuerzas al cansancio y, muchas veces, a la desesperanza.
- Pero debe ser
hermoso poder acurrucarse en un rincón y mimarse para olvidar las penas.
- A veces el
mimarse no implica caricias ni palabras dulces, basta con el silencio y vivir
juntos el descanso, el transcurso del tiempo. Tampoco es necesario vivirlo con
un cónyuge, puede ser entre amigos, como nosotros.
- Explícame.
- Te cuento una
entre amigos. Graciela y yo.
Un día lo dedicamos
a limpieza de su casa y a algunos arreglos. Hacía mucho calor. Yo me puse un
short de baño y Graciela estaba con pantaloncitos cortos. Trabajamos duro, casi
sin tregua. Al caer la tarde dimos por concluida la tarea. No había un peso
partido por la mitad. Graciela había llenado dos botellas de 600 cm³ de Coca
Cola con agua corriente y las dejó en el congelador. Hasta lo había olvidado.
Me dijo: Vení
[ven], vamos a sentarnos en la escalera que va a la terraza, a esta hora corre
una brisa agradable. Tomó las dos botellitas congeladas y subimos. Se sentó en
un escalón y me invitó a hacer lo mismo a su lado. Sin ponernos de acuerdo
ambos nos inclinamos hacia atrás estirando las piernas y nos relajamos.
Efectivamente, soplaba una brisa agradable y empezamos a saborear el agua
helada que se iba derritiendo en la botella. ¡Qué placer! Casi no hablamos,
pero fue una comunión, un gozo indescriptible. No hubiese cambiado el lugar, ni
nuestro horrible aspecto, ni el agua, por el mejor champaña en el más fino
lugar. Fue un momento mágico.
Te cuento más: la
escalera era angosta y estábamos bastante apretados. En un momento, ambos
teníamos las piernas flexionadas y nuestros pies en el escalón por debajo de
aquel en que nos sentábamos. De manera que su muslo y el mío estaban muy
próximos, casi rozándose. Yo estaba relajado y no pensaba en nada, pero llegué
a percatarme de ese roce. Los pelitos transmitían como una cosquilla, una
electricidad muy tenue, y su calor. Entonces, me quedé muy quieto disfrutando
esa sensación. Era un chico en Disneylandia, no quería que terminara. ¡Qué
premio para tanto esfuerzo!
- ¿Eso no es
atracción sexual por Graciela?
- No. Admito que no
me hubiera quedado disfrutando la electricidad en los pelitos si el muslo
hubiese sido de Osvaldo…
- ¡Ja, ja, ja!
¿Entonces?
- Entonces: sabes
que amo profundamente a Graciela, que además, como su nombre da a entender, es
una mujer.
- ¿Entonces?
- Hay una palabra
que olvidé y no pude recordar ni esforzándome. Llevo un tiempo tratando de
acordarme de esa palabra, me hacía falta para describir una experiencia.
Significa la necesidad de tocarse que tienen las personas que se aman. No
solamente las parejas. Todos los que se aman. Abrazos, caricias, apretones de manos, palmeadas, sentir al otro.
Era eso, nada
más. Una manera de usar otro sentido
además de la vista. De reafirmar que ella estaba allí y yo también. Que yo
estaba para ella. Que me importaba.
Es como si uno
quisiera tocar para descartar un espejismo, para concluir que eso que vemos
está ahí y lo que estamos viviendo es real, es vida, no un sueño.
A uno le importan
las personas que conoce, en las que ha invertido tiempo, su vida, en ellas.
También pudiera ser que tratásemos de volver a uno lo que dejamos en el otro;
pero no como quien reclama una deuda y te quita lo que te prestó.
Probablemente, como una forma de integrarlo e integrarse, en hacer de los dos
uno, porque el otro tiene tanto de uno mismo, que hasta podrían ser uno. Y
apretamos… pero no podemos unir los barros, la unión es en espíritu. Tercos,
seguimos intentando con el barro, como para no rendirse así no más. Cada tanto,
volvemos a tocarnos.
- ¡Ay, Carlos! (se
le llenaron los ojos de lágrimas) ¡Cómo amas a esa mujer! ¡Lo que debes estar
sufriendo! (Me acarició una mejilla)
- ¿Ves? ¿Estás
enamorada de mí? ¿Por qué la caricia?
- Me provocaste una
ternura infinita. Quise consolarte. No estoy enamorada, pero me acerco a ti y
el amor crece cada vez que compartimos tiempo. Hasta me arrepiento de no
haberme relacionado antes contigo.
- Las cosas se dan
siempre en el momento justo. Antes, quizás, no hubiera sido nada especial.
- Pero una se
envicia y quiere más.
- ¡Viciosa!
- ¡Naaaa! (bajando
la cabeza y sonrojándose)
- Bueno, ni, para
ser más exactos. [Ni: intermedio entre no y sí. No, pero sí o: sí, pero no]
- Está bien, ¡NI!
- ¿"No, pero sí" o
"sí, pero no"?
- NI, ¡no me
acorrales!
- Está bien,
señorita, es una tregua. No la acorralo. Pero, atenta, mire bien dónde pisa,
por favor. Por los dos.
- Sí, no tengas
cuidado.
Ya que estoy
viciosa: ¿te parece si mañana me ayudas con una asignación que tengo?
- OK, viciosa, te
espero mañana.
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