No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
_____________________________________________

domingo, 13 de abril de 2014

15 - Bastará con una mirada




Ella: - Sabes, tengo ganas de que me aclares algo que dijiste hace tiempo.

Yo: - Sí, ¿de qué se trata?

-  Me dijiste que nosotras, las mujeres, somos especialistas en hacer preguntas que nos hacen daño, no importa qué nos respondan. ¿Podrías aclarármelo?

- Sí, supongo que sí. Funcionamos de manera distinta. Es como si necesitaran una continua reafirmación, parece inseguridad, pero no estoy seguro. La cosa es que son complejas en la forma de ver las cosas, todo lo traducen a sentimientos y –lo que es peor- nos asignan una complejidad que no tenemos; tienden a vernos –o a tratar de entendernos- como si fuéramos mujeres. Los hombres somos más simples, casi diría niños, muy lúdicos, sin vueltas. Antes de responder a eso de las preguntas femeninas, no vendría mal un ejemplo de la diferente forma en como vemos las cosas de la vida.

- Dale (Sigue), te escucho. Me interesa.

- Supongamos que la actividad sexual de un matrimonio pasa por un período de baja actividad. Surge del varón proponerle a su esposa que deberían cambiar algo, salir de la rutina. Él sugiere que adopten algún papel cada uno; por ejemplo: que él es un indio y ella una cautiva. Él la raptó y la posee por la fuerza. Ella accede y la cosa sale bien. Ambos la pasaron muy bien. Pero un típico pensamiento femenino sería: “Mira las cosas que tengo que hacer, parece que ya no me quiere como antes”. En cambio, él diría: “¿La pasaste bien?” Ante el sí de su esposa (que realmente la pasó bien, pese a sus pensamientos), probablemente le pregunte: “¿Y el viernes de qué nos disfrazamos?” ¡Ella querrá que la trague la tierra!
En el caso nuestro –me refiero a los cristianos- , hasta podría agravarse con otros pensamientos: “Estuvimos jugando a la violación y a la fornicación; él hizo de salvaje pagano”. Pero si hubiesen jugado a ser el matrimonio cristiano que volvía del Salón del Reino, ¿de qué rutina salían?
Un juego es eso: un juego. Por supuesto, hay cosas que nunca haría, como, por ejemplo, hacer de blasfemo o de paidófilo. Pero podría ser Tarzán… o un pirata…

- Con ese abdomen, no te veo de Tarzán… pirata, podría ser.

- ¡Gracias, sos una amiga!

- ¡Ja, ja! ¿Soy tu enemiga por decirte la verdad?

- No. Panza tengo, es cierto. Voy “cuesta abajo en la rodada”, joven amiga. Ya te va a llegar. O quizás no, el fin está cerca y no envejecerás. Yo también iré rejuveneciendo hasta quedar como uno de treinta. Y no te voy a dar más bola por lo que me dijiste hoy.

- ¡Vengativo!

- Dejémoslo ahí. Respondo a tu pregunta. Vos, mi amiga, me preguntás cuál fue la mejor relación sexual que tuve con mi mujer. Yo te respondo que fue en el primer año y medio de casados, un sábado al anochecer. Como esa, ninguna otra. La mejor. ¿Te afecta mi respuesta?

- No, ¿en qué sentido?

- Si te produce alguna inseguridad, o una preocupación. Si genera algún sentimiento desagradable, de zozobra, algo que no te guste.

- No.

- Ahora ponte en lugar de mi esposa. Eres mi esposa y me has hecho la misma pregunta. No importa cuál sea mi respuesta, de cualquier forma te va a producir algún problema; es una pregunta que no deberías haber hecho.

- Explícate. Además, sabes que no tengo experiencia como pareja de nadie, ni siquiera como novia.

- Una mujer típica empezaría a atormentarse con cuestiones como: “Hace treinta años que estamos casados y su mejor relación fue en el primer año y medio. ¿Por qué no sintió nada parecido después? ¿Ya no me quiso como antes?”. O cualquier otro embrollo perjudicial.
No hay nada de eso. Es todo muy simple. Yo llegué a ella virgen y ella a mí. Sexualmente, quería hacer las cosas bien. Mi interés era que ella gozara al máximo y no sufriera, sobre todo, en su primera vez. Leí un libro que había en la biblioteca de mis padres. Se llamaba “El Matrimonio Perfecto”, de un médico alemán. Hasta se hizo una película basada en ese libro, que vimos con Lia cuando estábamos de novios, si no recuerdo mal (No puedo precisar en qué año fue). Yo gozaba de las relaciones, pero siempre estaba pendiente de aplicar todo lo que había aprendido con el propósito de que ella la pasara lo mejor posible; lo mío era secundario, solo después de verla satisfecha. Con tal carga mental, con ese auto-encargo de hacer las cosas bien, no podía dejarme llevar por la situación, abandonarme a mis sentimientos.
En ese día particular que recuerdo, la relación fue precedida por una ingesta considerable de alcohol. No estaba borracho, pero el alcohol desinhibe. Así, me olvidé de ella y me abandoné a mis sentidos. En el momento fundamental era ella la que estaba en mis brazos, lo sé. Fue maravilloso. Ella era todo: el universo, la vida, todo. No había otra cosa. La apreté fuerte, ¡no me la saquen! ¡No te vayas! No quería otra cosa, no había otra cosa más que eso que tenía en mis brazos. Nunca sentí nada igual a esa vez. No quise volver a usar el alcohol para no ser egoísta, prefería cuidar de ella. Fue maravilloso.
No tiene nada que ver con amar más o menos. ¿Comprendes?

- ¡Qué tierno! No solo las mujeres nos damos enteras. Parece que los hombres también. O, por lo menos, tú. ¡Qué poco nos comprendemos!

- Si no nos relacionamos y conversamos. Si no nos conocemos. ¿Cómo vamos a comprendernos?

- No importa quién sea alguna vez mi hombre, yo sé que esta amistad que vivimos juntos me va a ayudar mucho. Es como haber ido a una escuela. Conocí el corazón de un hombre sin haberme comprometido con él, sin haber ido a la cama. De verdad, es algo que agradezco a Dios y a ti. Cuando ocurra que mi corazón me impulse a compartir una vida con un hombre, voy a ir mejor preparada por haberme acercado a ti. Es como ocurre con la Biblia, permite aprender sin tener que pagar por ello. He aprendido contigo, y no tuve que pagar ningún precio doloroso. Tan solo he disfrutado de una sana compañía. Fue y es un placer estar juntos.

- Suena a despedida, me asusta.

- No, por ahora no. Pero nunca se sabe. Las cosas hay que decirlas cuando hay tiempo de hacerlo. Después puede ser tarde. Ya lo dije, ya te lo dije, ya lo sabes. Si alguna vez nos separan, bastará con una mirada…


No hay comentarios: