Yo: - ¡Hola ‘manita! (1) ¿Cómo
dice que le va?
Ella: - ¡Ja! ¡Ahora también
mexicano!
- Soy lo que quieras que sea,
mientras sirva para tu bien.
- Mmmm, versero (2) viejo. Pero
haces versos que a una le gusta escuchar.
- Y, si no, ¿qué sentido tendría
hacer el verso?
- Iba para tu casa. No hagas que
me arrepienta. Te cruzaste conmigo justo una cuadra (3) antes de llegar a tu
esquina.
- Sí señorita, esta es mi zona de
intercepción y Vigilancia Aérea (4) me había informado de un eco interesante en
este cuadrante.
- ¡Uh! ¡Chapita, chapita! (5)
- La invito a descender al
departamento 8, le advierto que llevo Sidewinder de última degeneración. Más le
vale obedecer.
- Mira que no voy en seriooooo…!
- ¡Vamos! No te hagas desear, que
venías para casa. Hace ocho días que estuviste, si no me equivoco.
- Hoy estoy fresquita, no voy a
dormir una siestita.
- No es obligación. Lo que yo
quiero es que, cuando me visites, no me pidas permiso para nada y que hagas
como si estuvieras en tu casa. Que abras la heladera, en fin, sin protocolo,
como hermanos. Sin pudores, como intentaste describir tu estado de ánimo antes
de cerrar la puerta la semana pasada.
- Sí, me sentí muy rara.
- ¿Lo viviste como algo
incorrecto? ¿Te molestó la conciencia?
- No, no lo viví como algo malo.
A ver si te lo puedo explicar con un ejemplo: cuando voy a una consulta con el
ginecólogo no siento que sea algo malo lo que hago, pero no es del todo cómodo.
- Te entiendo. Sabes, la mecánica
del pudor es muy extraña. Con mi esposa Lia llevábamos más de diez años de
casados. Conocía cada rincón de su cuerpo. Un día fue a una consulta
ginecológica y resultó tener una llaga en su vagina. Tuvo ginecólogas y
ginecólogos, no recuerdo exactamente cuándo fue ni quién la atendía. La cosa es
que le recetó unos óvulos cuyo efecto es que el epitelio sea cambiado, que vaya
“cayéndose”, dejando una capa más nueva. El propósito es que la llaga se vaya
en la capa que se desprende, o algo parecido.
Estando en tratamiento salimos a
caminar, a ver vidrieras mientras conversábamos. Cuando volvimos la empecé a
ver rara, con un comportamiento extraño. Hasta se acostó. Le pregunté y, al
principio, no me dijo nada fuera de lo común; hasta que, en una tercera o
cuarta vez, me confesó que sentía que tenía algo adentro y que no podía sacarlo
ni se daba cuenta de qué era. Había ido varias veces al baño, como parte de su
extraño comportamiento.
Entonces me ofrecí a tratar se
sacárselo. Me costó tanto convencerla como si hubieses sido tú.
- ¡Ja, ja, ja! ¡Noooo!, ¿en serio?
- Sí, no exagero. La convencí y
estaba realmente incómoda. Nunca me pude explicar por qué. Imagínate que
después de diez años de casados, o más, nada que le hiciera iba a resultar una
novedad para ninguno de los dos.
Empecé y toqué un objeto redondo.
Intenté muchas veces tomarlo entre mis dedos índice y mayor, pero se resbalaba.
Era un entorno muy húmedo y lubricado. No podía sacarlo. Ella decía: “Ay
Cacho, dejá, dejalo (6), evidentemente perturbada. Le daba vergüenza. Los
colores le subían y le bajaban.
Al final, yo también estaba un
poco preocupado y quería saber qué o quien estaba en mis dominios.
- ¡Uh, ju, ju! Mira de lo que
estamos hablando. Y ya te salió el machista…
¿Cómo terminó?
- ¡Ah, curiosa! Terminó que, al
fin, me decidí a buscar un instrumento que me sirviera para pescar al evasivo
OVNI.
- ¿OVNI? ¿Objeto volador no
identificado?
- No: Objeto Vaginal…
- ¡Ja, ja, ja! ¡Mira que eres
ocurrente y atrevido!
- Bueno, fui a mi caja de herramientas
y tomé una pinza bruselas que usaba para reparar equipos electrónicos. Es una
pinza de acero, como un broche para colgar la ropa, pero que funciona al revés, hay que apretarlo para sujetar el objeto; es muy larga, delgada y
termina en puntas muy afiladas. Se usa para tomar objetos muy pequeños e
introducirlos en espacios reducidos.
Realmente estaba temeroso de
lastimarla. Hasta ese momento había hecho todo al tacto. La veía desnuda, pero
no miraba hacia adentro, sino que palpaba. Con la herramienta debía mirar y
mantener el pulso firme. La desinfecté con alcohol y pude sacar el objeto
extraño al primer intento.
Una vez afuera pude verlo bien y
me di cuenta de que era una bola de piel muerta. Con los movimientos propios de
la caminata la había “amasado” con los pedazos de piel muerta que se desprendían
por efecto del óvulo. En seguida se lo expuse a la “parturienta” y le dije:
“Señora, su bebé”, para poner esa bola sobre su vientre, como si fuera un
recién nacido.
Ella lo tomó y lo revisó más de
cerca. Todavía la cara reflejaba la vergüenza que había sentido. Me miraba
hasta perpleja, diría. Nunca voy a olvidar esta anécdota. Ya no está conmigo,
está con otro. Espero que sobreviva y que yo pueda recordar esto dentro de diez
mil años, sabiendo que ella está bien.
- Carlos, se te llenaron los ojos
de lágrimas. No sé qué decirte al respecto.
- No digas nada. No tiene remedio.
- Esas cosas que me contaste
solamente pueden darse en un matrimonio. Con un amante no es probable que
lleguen a ocurrir.
- Sí, señorita, es así. Tienes
razón.
- Estamos jugando a la casita,
pero somos adultos. Me encanta hacerlo, se transforma en un vicio. Disfruto
este diálogo íntimo, inocente y distendido. Aprendo, te conozco. Supongo que
aprenderás de mí algunas cosas. Crece el cariño, eres algo para mí. ¿Por qué se
privan de algo tan lindo?
- No todos pueden, es un hecho. A
mi me gustan las relaciones “de corazón a corazón”. Debo encontrar una persona
que esté dispuesta a abrirme su corazón. No es fácil. No me niego a entablar
una relación de confesiones con un hombre. De hecho, Osvaldo es un caso.
Encontré otro hermano con el que sintonicé bien. Fernando, un ex empleado de
Osvaldo. Viajábamos juntos a los lugares de trabajo y conversábamos. Un hombre
sensible y dispuesto a volcar su corazón en el diálogo. Pero por cada hombre
que encuentro así, hay unas diez mujeres. Ustedes son todo corazón. Pero no
todas están dispuestas a exponerlo. Además, por ejemplo, una mujer casada,
aunque esté dispuesta interiormente a ser comunicativa, es bastante difícil que
su esposo permita la relación. Así que no hay tantas féminas disponibles
tampoco. Cuando se da el milagro, lo aprovecho, como contigo.
¡Ah! Ya estaba por pasarlo por
alto. Es tanto lo que hay que decir, que me pierdo, a veces. No estamos
jugando. En todo caso, este juego se llama vida. Estamos compartiendo ratos de
nuestras vidas, dejando nuestras vidas en el otro. Creando lazos.
Domesticándonos, como le diría el zorro al Principito.
- Y me fascina. De verdad, me
siento muy bien haciendo esto.
- Algún día, todos lo haremos.
Quizás al final del milenio, quizás después. Pero todos seremos por fin libres.
Hoy es un privilegio que no todos tienen ni pueden entender. Ese privilegio nos
va a durar hasta que se enteren aquellos que no lo comprenden. No estoy
dispuesto a esconderme, porque no me siento culpable de nada, no tengo nada que
ocultar.
- Yo tampoco. Pero espero que se
enteren lo más tarde que sea posible. Cuanto más dure, mejor.
- ¿Cómo dormiste el otro día?
- Bien, cómoda. El colchón es
bueno.
- Sí, tiene no sé cuántos miles
de resortes, costó un disparate. Pero me refería a si te acostaste vestida como
estabas, si tomaste alguna precaución, etc.
- Ah. Primero me quité la pollera
para no arrugarla. Me iba a recostar así, pero también me deshice de la blusa,
dormí en ropa interior. Hacía calor. De paso puse el ventilador y vi que le
hiciste un arreglo de emergencia.
- Sí, se rompió la llave a cadena
y no hay más de repuesto. De conseguir una estaría casi tan cara como el
ventilador completo. Ahora no puedo cambiarlo, porque no alcanza mi
presupuesto; así que lo dejé en la velocidad máxima, lo arreglé al estilo
“átalo con alambre”, muy argentino.
- Me preguntaste si había tomado
precauciones; supongo que algo así como tapar el agujero de la llave, ¿no es
cierto?
- Sí, por ejemplo.
- No. No me hubiera quedado de
tener la más mínima sospecha. ¿Estás tratando de contarme algo?
- No bebé, jamás te haría algo así. No quiero robarte
nada. Eres muy importante para mí. Me halaga y me agrada mucho que no hayas
estado a la defensiva; me hace bien saber que confías en mí.
- Sé franco conmigo. ¿Reemplazas
a Graciela con esta amistad?
- No, para nada. Es imposible. No
te disminuyo de ninguna manera frente a ella. No es una cuestión de valoración.
Aunque te amase con la misma intensidad que a ella, eres otra persona, no
puedes reemplazarla. Ella y yo tenemos una historia que es nuestra, no entran
terceros; no hay suplentes. Tú y yo estamos construyendo otra relación, otra
amistad; esa será nuestra y única. Tú serás irreemplazable en esa relación,
pero no entras en la otra, no es tu lugar.
Los segundos diez hijos de Job no
reemplazaron a los diez primeros. Job estará completo cuando resucite y tenga a
los veinte.
- No me estás usando como a una
Graciela sustituta, me alegro.
- Me estaría engañando a mí
mismo. No puedes ser Graciela. Pero los seres humanos necesitamos amor, es
vital para nosotros. Ante el vacío de amor, uno busca a alguien para amar. Pero,
por remuneradora que fuera nuestra relación de amistad, el amor que construí
con Graciela se quedó sin objeto. El amor que creció en función de ella tiene
su nombre y apellido; es para ella. Al no estar, se acumula en mí como la leche
de una madre privada de su hijo. Empuja y duele cuando no puede salir. Si
nuestro amor filial me da una bocanada de aire, en Graciela estoy muriendo.
Me han dicho que hay principios
bíblicos involucrados. Veamos un aspecto: ella se sentaba conmigo, dejando una
butaca por medio, en donde apoyaba su abrigo, la cartera. Ni siquiera podía
rozarla con el codo porque había una butaca entre los dos. ¿Qué principio bíblico
podrías oponer a ese acto?
- Que en el barrio se podría
hablar mal de Jehová, por ejemplo.
- ¿Qué gente del barrio me vería
sentado junto a Graciela en el salón? En
el salón son todos hermanos o estudios; gente que puede preguntar y ver qué
tipo de relación sana tenemos. No puedo pensar que un hermano hablaría mal de
Jehová por vernos a nosotros sentados juntos. Llevé a una amiga de veinticinco
años; entró de mi mano. ¿Después de veinticinco años de amistad es impropio que
una mujer se siente con su amigo?
Los que están en el barrio no nos
ven sentados en el salón, mal podrían hablar injuriosamente de Jehová por eso.
- Quizás pudieran citar que serían
causa de tropiezo a otros.
- La gente del mundo hace lo que
le place. Hay de todo: heterosexuales, bisexuales, homosexuales, swingers, tríos,
colchoneros, reyes de basto, caraduras y polizones. Por lo general, no atiende
a lo que hacen otros; solo se importan a sí mismos.
También están los hermanos. ¿Ser
causa de tropiezo después de estar explicando el tipo de relación que nos une (y
muchas cosas que hemos pasado) durante tres años? ¿No es que el amor todo lo
cree? ¿Qué hacemos frente a los hermanos que pueda ser causa de tropiezo? ¿Sentarnos
juntos? ¿Estamos intercambiando miradas cómplices? ¿Tocándonos? ¿Besándonos?
¿No es que los hermanos tropiezan
con su propio pie?
¿Qué principio bíblico opones a
que se siente conmigo en un micro que va a una asamblea, los dos rodeados de
hermanos? ¿Qué conducta inmoral encierra?
- Ninguna.
- ¿Cómo verías que los hermanos
mancharan tu reputación o la valoración de tus actos conmigo en estas veces que
nos hemos visto?
- Me dolería mucho y sería
injusto. No hicimos nada malo. Ni siquiera “jugamos con fuego”. Todo fue
limpio, lo disfruté realmente. Nunca pasamos por una situación de riesgo, ni
siquiera la semana pasada en ésta, tu casa.
- Y, sin embargo, es lo que
harían. Te verías seriamente comprometida, porque eres precursora.
- Sí, no tengo dudas. Me forzarían
a no verte más.
- ¿Por qué me abrazaste la semana
pasada?
- Me sentí contenida, respetada,
tomada en cuenta, protegida, amada. Mi abrazo fue un “gracias” y una devolución.
Te dije: “yo también te amo”.
- Fue muy “sabroso”. Me lo diste
con ganas, se sintió. Un hermoso, cálido y reconfortante abrazo. Me abrazaste
como una nena, como mi nietita de tres años; sin miedos, con todo, a fondo. Fue
un abrazo de corazón a corazón. “La maravillosa libertad de los hijos de Dios”;
aunque no somos hijos de Dios, porque Dios no tiene hijos imperfectos, lo sé. Fue
como un ensayo a cuenta del futuro.
Te cedí mi lecho, necesitabas
dormir. Fue una contingencia que estuvieras en mi casa. Debías dormir y
dormiste. Eso fue todo. Fuimos libres y responsables.
- Voy al baño a peinarme que, si
no, me peino encima… ¡Ja!
- July-Ju, ¡qué desatento! No te
serví nada.
- Vaya a peinarse, hermanita,
cuando salga tomamos algo.
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(1) “ ’manita”:
contracción de “hermanita”.
(2) Versero: Es el que “hace el verso”. “Hacer el verso”
significa adular, endulzar el oído de una mujer (o de un hombre) con el fin de
seducirla. En Venezuela se usa “vacilar”, “me vacilas”. También se usa con otro sentido: "es verso" significa que es una excusa, una explicación para eludir una responsabilidad, o una afirmación para engañar.
(3) Cuadra: una
antigua medida española que equivale a 120 metros. Es el largo del lado de una
manzana (o block). La mayoría de las cuadras de Buenos Aires miden 100 metros (¿16,66%
para el partido?)
(4) Vigilancia Aérea:
en una localidad muy cercana a mi domicilio están los radares militares que
vigilan Buenos Aires y alrededores.
(5) Chapita:
loco.
(6) Dejá, dejalo:
en Buenos Aires invertimos muchas veces los acentos. En este caso es: deja, déjalo. En lugar de decir: qué sientes, decimos: qué sentís. Así
por el estilo.
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