No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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jueves, 12 de diciembre de 2013

«ELÍ, ELÍ, ¿LAMÁ SABAKHTHANÍ?»



¿Cómo aprende a cruzar la calle un ser humano?


Algunos contestarán que, cuando el niño o la niña tienen unos cuatro o cinco años, el padre o la madre toman su mano (“Dale la mano a papá, o a mamá”) y comienzan a explicarle que hay que mirar para ambos lados de la calle, fijarse que no viene ningún automóvil o que está lejos, que no es prudente correr y arriesgarse, etc. Si respondieran esto, estarían equivocados. El aprendizaje comienza mucho antes.

Cuando el hijo todavía no sabe caminar, en muchas culturas se recurre a una estimulación temprana, generalmente cantando una canción. En nuestra tierra es popular una en la que el padre, o algún otro familiar cercano, levanta su mano y la hace oscilar rotando la muñeca, a la vez que canta: “¡Qué linda manito que tengo yo! / Graciosa y chiquita / Que Dios me dio”.

El bebé mira, observa, al principio inerte. Pero su sistema cognitivo es una esponja ávida que absorbe todo lo que puede de su entorno. En algún momento reacciona, levanta su mano y trata de responder al estímulo por imitación. Es la primera referencia a la mano que aprende.

Más tarde, su sistema nervioso llegó a un grado de madurez que le permite ensayar traslaciones; hasta que aprende a caminar. Al principio causa gracia y mucha ternura ver la torpeza de sus movimientos; hasta que el cerebro ajusta el equilibrio fino. Parece un borrachito. Pero progresa rápido. Durante esta etapa va adquiriendo un lenguaje, comprende más de lo que puede expresar y entiende muchas cosas simples. Es cuando uno le pregunta: ¿dónde está tu mano? Y levanta una. O bien, ¿dónde está tu nariz? Y la señala o la toma entre sus dedos. No podría “darle la mano a papá” si no supiera dónde está su mano.

Pero, todavía no cruza la calle ni siquiera de la mano; a menos que sea un lugar muy tranquilo, de muy poco tránsito. Al principio uno no se arriesga a que tenga un traspié justo cuando lo llevamos sobre la calzada. Por seguridad lo alzamos y cruzamos la calle con el hijo en brazos. Aunque él o ella están aprendiendo, pese a la pasividad.

Después, cuando la seguridad de sus movimientos y su experiencia de vida resultan suficientes, es cuando uno se atreve a explicarle lo que hacemos al llevarlo de la mano, que es la respuesta errónea del principio. Generalmente esto ocurre cuando comienza su educación primaria o muy poco antes. Posteriormente uno le dice: “papá te mira, avísame cuándo vas a cruzar solo y yo te digo si está bien”. Esto, es claro, en una calle de poco tránsito.

Así, de a poco, va logrando independencia. Un día podrá cruzar sin supervisión a hacer una compra y, no mucho después,  la avenida atestada de vehículos.

Es un proceso gradual y lento. Jamás podríamos encerrar a nuestro hijo en una burbuja de cristal tibia y confortable, llevarle la comida y toda la educación seglar que le haga falta, sin que tenga ningún contacto con este peligroso mundo, y esperar que, cuando cumpliera la mayoría de edad, saliera de la burbuja al mundo sin que peligre su vida. Sería la mejor manera de asesinar a quien pretendemos proteger. Uno no le explica a un aspirante a piloto cómo se maneja un avión e inmediatamente le exige que haga alta acrobacia aérea. Primero aprende a volar, acompañado, guiado. Luego vuela solo. Más tarde se le enseña la acrobacia elemental para que pueda tener un mínimo de recursos ante alguna emergencia con su avión. Y, solo después, si él quiere, (porque arriesga innecesariamente su vida) está en condiciones de hacer “cosas grandes”.

Pero, ¿qué tiene que ver todo esto con el título principal, con las palabras de Jesús en el madero, como registra Mateo? (Mateo 27: 46)


Un juicio universal, que asienta jurisprudencia eterna.

Hace algo más de seis mil años que venimos viviendo y atestiguando en un juicio de importancia universal. Satanás se rebeló contra Jehová con mucha inteligencia. No planteó una cuestión de fuerza, de poder. No, puso en tela de juicio la integridad y la generosidad de Dios mismo con sus creaciones. Sugirió que Dios no daba todo lo que podía dar a sus criaturas. Más tarde, hasta se atrevió a poner en duda la lealtad de los que aman a Dios diciendo que lo hacían por interés y que lo maldecirían en su propia cara si les quitaba su favor. ¡Pobre Job, le tocó bailar con la más fea! Pero, ¡qué bien bailó! ¡Cómo le cosió la boca al Mentiroso! (Aunque el Mentiroso es obstinado y libró su boca más tarde,  para seguir acusando un tiempo más)

De eso se trata. De juicio, de testigos. Testigos de Jehová y testigos de Satanás. El mundo muestra el resultado de la rebelión y los leales a Dios los frutos de vivir de acuerdo a las normas divinas. El contraste es evidente. Los testigos demuestran quién decía la verdad y quién fue el mentiroso asesino. Todos los testigos, los que están con Dios y los que le ignoran o le desprecian. Nuestras acciones fundamentan el juicio. Las acciones de toda la humanidad.


Los testigos deben dar testimonio independiente.


Un testigo comprado no sirve. Un muñeco de ventrílocuo, tampoco. Un testigo con validez legal, para que el juez pueda basar su decisión judicial de acuerdo a derecho, debe ser espontáneo y veraz. Quizás aporte una parte de la verdad. Quizás tenga cierto punto de vista. Pero debe ser independiente y veraz. El testigo habla por sí mismo, no sirve si otro habla a través de él.

En algún momento, aunque Dios es un Padre que nos lleva de la mano,  vamos a tener que cruzar la calle solos.

El testimonio no es una demostración de fuerza o de habilidad. Es, más bien, una manifestación de voluntad, de lo que hay en nuestro corazón.

Dios no nos pide que hagamos cosas imposibles para un ser humano. Espera espontaneidad y Él pone el resto, lo que no podemos hacer.

David no salió contra Goliat porque Dios lo empujó. Un muchacho insignificante, sin entrenamiento militar, sin armadura, salió con la furia y la decisión de un león contra un gigante, cuando el rey y el ejército de Israel estaban inertes, sin saber qué hacer. El corazón de David hizo que enfrentara con arrojo a quien había ofendido y desafiado a su más grande Amor, Dios mismo, el Dios de David, Jehová. ¿Potenció Dios la fuerza de la piedra? Probablemente. Pero el testimonio no lo dio la piedra.

Cuando los levitas que portaban el Arca debían cruzar el Jordán, crecido y torrentoso, era humanamente imposible que llegaran a la otra orilla. Pero ellos tuvieron que entrar sus pies en el agua para que Dios después abriera el paso sobre el lecho seco. Dieron testimonio de fe inquebrantable a Jehová entrando en el río sin saber qué iba a pasar. Una vez que atestiguaron, Dios les allanó su senda. Pero empezaron a cruzar sin ayuda. Mostraron qué había en sus corazones. Dieron testimonio a favor del Dios de Israel.

Así como a Jesús le retiró Su espíritu cuando llegó el momento supremo, nosotros también debemos esperar que en algún momento de la tribulación tengamos que valernos solos, por nosotros mismos. A fin de cuentas, debemos dar el testimonio final, y tiene que ser independiente y veraz.


¿Qué conclusión saco?

Sobreproteger  al rebaño no es bueno; abandonarlo, tampoco. ¿Qué hacer?

Humildemente, pienso que lo mismo que con un hijo. Primero de la mano, después viendo desde atrás y, alguna vez, solo. Un poco de experiencia previa  antes de la carrera final. Entrenamiento. Vivir sin miedos, atreverse a caminar en las sendas de Jehová, pero sin esperar que siempre sea el pastor quien elija el bocado de pasto que nos vamos a llevar a la boca. Somos ovejas, pero Dios nos dio libre albedrío. Aprendamos a caminar solos, pero con Jehová en el corazón, para que salvaguarde nuestros pasos.

Es preferible tropezar ahora y aprender, que caer después en la tribulación, para siempre. Alguna vez vamos a tener que caminar, cruzar o volar solos.

¿La fórmula? Conocimiento, amor y equilibrio.



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