No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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sábado, 8 de diciembre de 2007

Algo acerca de mi padre.

Yo llevo el mismo nombre de mi padre, como era común en muchas familias de la época. Carlos Alberto Carcagno padre nació en una familia de clase media bastante acomodada el 3 de marzo de 1916. Su padre, Ambrosio Natalio Carcagno, era Contador Público Nacional y procurador de la Iglesia Nuestra Señora de Pompeya. El procurador de un templo católico es la persona que lleva las cuentas y realiza las actividades administrativas.


Su madre se llamaba Elvira Rossi. Es todo lo que sé de ella, excepto las circunstancias de su enfermedad y posterior deceso, que relataré más adelante.


Resulta curioso, pero pudiera tener explicación el que yo no haya preguntado más acerca de mis abuelos, ambos fallecidos antes de que naciera. La infancia justifica el que no haya preguntado más o, si lo hice, que mi padre no contara mayores detalles que lo que viene más adelante. La adolescencia es una etapa de rebeldías y confusiones, uno mismo no sabe quién es, por lo que se podría justificar mi falta de interés por estar ocupado en resolver mis conflictos y mi propio crecimiento. Cuando comencé a crecer y a madurar, como para tener una conversación de hombres con mi papá, él ya no estaba; ya no podía hacer preguntas.


En 1922 nació su hermano Eleazar Armando y luego Elda Teresa. La familia parece haber sido muy conservadora y tradicionalista, pues mi padre contaba que le pusieron los pantalones largos a los 18 años. Sólo dos años después, mi abuelo falleció y mi papá se vio a los 20 años con una familia a cargo. Contaba que reunió a los clientes en el estudio de su padre y que les ofreció continuar él con la atención de sus patrimonios. Uno de ellos se levantó y habló en nombre de todos. Dijo: "A su padre lo conocíamos, a usted no". Siempre tuvo la sensación de que no había disfrutado su juventud y de que le había tocado una bicicleta con piñón fijo. Hay que pensar que su hermano tenía catorce años y su hermanita era una nena, quizás de doce, no recuerdo su año de nacimiento.


El sueño de mi padre era ser médico. Casi todos sus amigos de su misma edad lo eran. Pero mi abuelo no lo dejó seguir su vocación, sino que le ordenó estudiar la carrera de contador, para continuar con la atención de su estudio contable. Pese a que su interés era otro mi padre cumplió con el mandato y lo hizo con dedicación, profesionalidad y solvencia, tuvo algunos clientes notables, como Bartolomé Mitre; recuerdo una corona que envió a su velatorio y que causó interés en algunos asistentes, debido a lo notable del nombre. Él se especializaba en la constitución de sociedades y en la liquidación de impuestos. Constituyó, por ejemplo, la sociedad que dio origen al Hotel Sasso, de Punta Mogotes, Mar del Plata. Los Sasso tenían, además, una flota de barcos de pesca de altura. Conoció al señor Cousido, un antiguo Director de la Dirección General Impositiva, y tuvo un amigo, "el gordo" Enrique J. M. Font, un excelente especialista impositivo y pintor artístico. También trabajó en la Joyería Santarelli y tuvo estrecha relación con el estudio de los Doctores Scolni. En realidad, él no se recibió de Contador Público, como su padre, sino que adoptó un plan de estudios resumido que le daba los mismos conocimientos prácticos, pero que dejaba de lado materias de la carrera que son complementarias; de manera que no estaba habilitado para firmar balances y sociedades, aunque conocía mucho del tema. Pero la Universidad de Buenos Aires debía diferenciar de alguna forma ambas alternativas, por justicia hacia quienes hacían la carrera completa. Otra persona firmaba por él sus trabajos. Nunca supe quién era.


Poco tiempo después de la muerte de su padre enfermó su madre de diabetes. Tuvo que aprender a suministrarle insulina mediante inyecciones. Una manera triste y trágica de hacer algo de lo que constituía su verdadera vocación. Un día se desprendió un coágulo que tapó una arteria principal de una de las piernas de mi abuela. Murió de gangrena ante la imposibilidad de operarla por su diabetes. Esto terminó de marcar a fuego a mi padre con respecto a las enfermedades de sus seres queridos, hasta la obsesión. Cuando apenas nos rasguñábamos, si estaba cerca, nos llevaba como a terapia intensiva; nos mojaba con agua oxigenada (para matar a las bacterias anaeróbicas, decía), luego con alcohol y ¡cuando salió el Mertiolate! ¡Dios! Si volvía de ver a un enfermo y corríamos a darle un beso nos atajaba diciendo. "no me toquen hasta que me lave, esperen a que me desinfecte", y se bañaba literalmente en alcohol. Luego dejaba que lo besáramos. ¡Y el ungüento de aureomicina! Iba sobre cada marquita.


Su juventud pudo haber sido esforzada y con pocas diversiones, debido a su responsabilidad. Sin embargo, para los 24 ó 25 años él cantaba jazz en inglés con una pequeña banda formada por amigos en una confitería que les cedía un espacio. Allí conoció a un muchacho más joven que quería ingresar a la banda para tocar su clarinete. Debido a las costumbres de la época, como la que relaté de usar pantalones cortos hasta cumplir los 18 años, esas diferencias de edades eran mucho más significativas que hoy. No les caía mal, pero les molestaba que fuera menor. Como el muchacho insistía, lo hacían llevar el contrabajo y el bombo en el tranvía, con la promesa de que tocaría con ellos. Después ese jovencito pasó a ser una estrella del espectáculo; su nombre artístico: Tato Bores. En los buenos tiempos mi viejo alquilaba un palco en el teatro, justo sobre el escenario, para ir a ver y admirar a su antes discriminado "amigo". Él, bueno y comprensivo, lo saludaba: "¿Qué hacés gordo, cómo te va?" y seguía con su genial rutina. Otro grande que formó parte de esos momentos en la vida de mi padre fue el dibujante que -muy probablemente- dejó la huella más profunda en la historia del humor y de la caricatura por estos pagos: el grandioso Divito. Eran muy amigos, pero cuando mi papá se casó tuvo que distanciarse forzosamente un poco de él , debido a que Divito era un verdadero playboy y mi papá -ya casado- no podía ser su compañero de andanzas. De todas formas siguieron encontrándose en el centro de vez en cuando a tomar un café o algo más fuerte y charlar de viejos tiempos. Todavía están los cuarenta primeros números de Rico Tipo encuadernados con tapa dura y que siempre se olvidaba de llevarle a Divito para que se los dedicara. No coordinaron y quedaron sin firma ni dedicación. Divito murió en su ley en un accidente automovilístico, según creo recordar en Brasil, conduciendo un automóvil sport a gran velocidad. Otros dos grandes amigos suyos que no fueron médicos ni de su profesión fueron el fabricante de muebles finos Vicente Cavarozzi y el ebanista veneciano, verdadero artista de la madera, Antonio Zamuner. Entre los médicos "de la barra" recuerdo especialmente al doctor Adrián Born y después tenía "amigos" de mucha más edad, por los que sentía admiración y respeto; no eran los compinches de los paseos y de las guardias nocturnas en los hospitales, sino personas que él quería entrañablemente, pero con los que había una brecha generacional que abría un espacio reverencial. Entre ellos el doctor Pedro Ignacio Tapella, profesor de Inmunología en la Universidad de Buenos Aires, verdadera enciclopedia viviente y un gran caballero. Según creo, tenía un doctorado y era investigador. Una de sus tareas era estudiar el acostumbramiento del cuerpo a los diferentes remedios. Otra persona por la que mi padre sentía un inmenso cariño y respeto era nuestro pediatra de cabecera, Roberto Abdala. Alguien escribió una vez que las universidades no enseñan dos cosas: a vivir y a morir. Abdala no solamente era un excelente pediatra sino un hombre sabio y muy humilde que había aprendido de alguna manera lo que las universidades no enseñan. Él supo vivir y honrar la vida. Mi padre lo admiraba tanto por su sencillez y profundidad que le pidió que le regalara el discurso de despedida de la dirección de un hospital, cuando se retiró, y que había escrito en una cara de un formulario para recetas. Según él era un modelo de amor, humildad al servicio del prójimo y de precisa brevedad. Corto y bueno, no faltaba nada.


Laboralmente mi papá tuvo períodos de gran éxito y dos grandes caídas, con intervalos de recuperación y de "meseta". Su más alto nivel de éxito lo obtuvo con una empresa importadora de repuestos de automóviles. Yo era muy pequeño, unos tres años, pero recuerdo algunas imágenes de la casa en que vivía y de la totalidad de los muebles del living y del comedor. Se los había comprado a su amigo Cavarozzi y eran de verdadero roble y de madera maciza. También me acuerdo de dos grandes arañas muy lujosas y de un juego importante de sillones. La casa era muy grande y cómoda. En cierto tiempo el presidente Juan Domingo Perón decidió cerrar la importación de repuestos, para favorecer el desarrollo de una industria nacional de autopartes. De la noche a la mañana se vieron obligados a bajar las persianas. Las arañas, algunos muebles y sillones fueron vendidos y nos mudamos a un departamento mucho más chico, pero lindo, en planta baja y con jardín al fondo. Jamás le escuche un reproche hacia el general; narraba el hecho, nada más. Nunca fue peronista ni antiperonista; él mismo se calificaba como apolítico. Era un positivista convencido, sostenía el respeto por la ciencia y creía en el progreso indefinido de la calidad de vida por medio de los avances científicos. Además, su mundo era un mundo explicable, con cosas desconocidas pero que podían llegar a conocerse.



El siguiente gran éxito fue cuando invitó a unas personas que tenían un pequeño taller de fabricación de envases de hojalata a constituir una S.R.L. con él y un socio paraguayo. Nació, entonces, Cromotécnica S. R. L. El crecimiento fue constante y vertiginoso. De un pequeño local llegaron a ocupar una parte importante de la manzana y trabajaron para Molinos Río de la Plata y Shell. Centenera Envases no daba abasto y ellos obtuvieron un jugoso y enorme contrato para la fabricación de latas de aceite Cocinero. La fábrica venía teniendo ampliaciones periódicas de capital y un constante desarrollo tecnológico. Cuando llegó el contrato con Molinos habían instalado un ginche puente electromagnético que levantaba los paquetes de láminas de hojalata de primera calidad que importaban de Francia. También habían comprado máquinas de última generación en Alemania y el personal estaba siendo instruido en su manejo, por lo que la capacidad productiva no era la máxima. Dos sucesos negativos se sucedieron en un pequeño lapso. En primer término se enfermó gravemente de cáncer el socio obrero, el que entendía de máquinas y del oficio; este hombre, que tenía a una buena parte de su familia empleada en el establecimiento, perdió un pulmón y estaba internado incapacitado cuando sobrevino la segunda contrariedad. En 1962, el ministro de Economía, Federico Pinedo, produjo una devaluación del peso sin precedentes desde la Gran Crisis. Su paso por el ministerio duró quince días, pero el daño estaba hecho. La devaluación los encontró con un barco cargado de hojalata en el puerto, con las máquinas a medio pagar en marcos alemanes y con un contrato por tres años sin cláusula de ajuste, porque no era previsible ni usual hacerlo hasta entonces. En vano fueron todos los intentos por que Molinos contemplara la situación. Los bancos que atendían a la creciente empresa y que ofrecían constantemente apoyo económico le dieron la espalda -entre ellos el Banco Francés-, pese a la intachable foja. Mi padre tomó la decisión de cumplir el contrato a pérdida durante los tres años para dejar limpio al apellido. Cuando quedó cumplido no había ya capital suficiente como para seguir trabajando y la empresa quebró, pero con todos sus compromisos cumplidos.


Esta vez no hubo una reducción, sino la aniquilación casi total de nuestro mundo. Desaparecieron el automóvil, el departamento en Flores, la casita de fin de semana, joyas y diversos objetos. Por primera vez, a los once años, vi a mis padres realmente angustiados. Nunca nos faltó comida y vivimos en una casa alquilada. Esto no solamente debido a la lucha de mis padres sino a la inapreciable ayuda que le brindó en más de una oportunidad Enrique Rochaix, mi tío político y cuñado de mi madre. Quizás el mejor amigo de mi papá. Me enteré, mucho más grande ya, que ellos se habían prometido mutuamente sostener a la familia sobreviviente, si alguno de ellos llegaba a faltar.


Con motivo de su dedicación a la fábrica mi papá había regalado toda su cartera de clientes impositivos y contables a una persona a quien quería mucho y ahora no podía pedírsela. Así que tuvo que empezar "desde cero" a construir una nueva cartera.


Recuperó un nivel de ingresos digno, compró un automóvil porque era una herramienta de trabajo para él, pero no volvió a tener vivienda propia. Sin embargo, nunca faltó la buena comida, ni los libros o las revistas. En los peores momentos quizás haya bajado la frecuencia, pero siempre fue su prioridad nuestra educación y bienestar. Desde que tengo memoria siempre nos llevaba a todas partes los fines de semana y nos quería ver contentos y con todo lo que pudiera brindarnos en sus circunstancias.


Una tarde volvió del trabajo y fue a ver a su amigo médico Adrián Born, no se sentía bien. No volvió, quedó internado con una aplacia medular muy grave, con cero plaquetas por campo. Todos fueron a asistirlo: el doctor Tapella, el doctor Abdala, pero era inútil, tenía inutilizada la médula ósea. Un par de días antes de morir, pareció presentirlo pues me dijo que su herencia era un apellido limpio y toda la educación que había podido brindarnos; hasta me pidió perdón por haberme dejado dos noches sin dormir a su cuidado. Mi hermano y yo ni sospechábamos el desenlace. Una hemorragia en el cerebelo lo mató a la semana de estar internado, el 1º de septiembre de 1971, a sus cincuenta y cinco años, cuando yo tenía todavía veinte años... Extrañas coincidencias que se dan en la vida...


A la sazón, era el único que trabajaba además de él, pero mi sueldo inicial de bancario no alcanzaba siquiera para pagar el alquiler de la vivienda de Floresta. Nuevamente Enrique Rochaix nos prestó por tiempo indefinido una casa en el barrio LODELPA, en el límite con Ciudad Jardín, Lomas del Palomar. Tardamos dos años en recomponernos y valernos por nosotros mismos, gracias a Dios y al ángel que puso a nuestro auxilio, mi querido tío Enrique.





Mi papá a los 18 años.





Aproximadamente a los 40 años




Trabajando en su oficina.

2 comentarios:

Carlos Alberto Carcagno dijo...

Hola:

Muchos extranjeros entran en este blog. Quizás les resulte difícil comprender los padecimientos por los que pasamos los argentinos.

Al lector desprevenido pudiera parecerle que mi padre tuvo mala suerte, o que no supo labrarse un mejor escenario económico en su vida. Lo cierto es que durante el transcurso de mis sesenta y tres años a la moneda argentina le quitaron once ceros.

Si queda algún alemán vivo de los que presenciaron el desplome posterior a la Primera Guerra Mundial, podría hecerse una idea.

Nosotros no fuimos destruidos por una guerra... O, quizás, sí... Y no nos dimos cuenta...

Carlos Alberto Carcagno dijo...

En realidad, no fueron once sino trece ceros.