Ella: - ¡Dame un abrazo!
Yo: - ¿Así nomás? ¿Sin emociones
previas, sin lagrimitas?
- Por las que ya fueron. Por el
tiempo que pasé sin verte. Porque me fui dolida y vuelvo a vos.
- Venga, entonces, venga que le
saco juguito un rato.
- ¿Tanto me vas a apretar?
- Si lo vuá [voy] a hacer, lo vuá
a hacer bien.
[…]
- Mmmmm… Rico, me gusta… Me haces
sentir bien, me das fuerzas. Y no tengo miedos.
- ¿Me consideras inofensivo?
- No hay ofensa, pero no te
considero inofensivo. La Biblia habla de que hay algunos que son eunucos y
otros que se hacen eunucos a sí mismos. Eres eunuco por voluntad, porque te lo
has propuesto. Podrías dejar de proponértelo en cualquier momento. Entonces, yo
tendría que defenderme y salir de este paraíso de confianza y compañerismo, o
sucumbir, como una mariposa que se acercó demasiado a la llama. Pero me gusta y
no hay signos de que pretendas cambiar. No solo me acompañas y me contienes.
Con tu actitud me haces sentir valiosa, apreciada.
Me doy cuenta de que me miras,
a veces, y que algunos movimientos míos
no te son indiferentes; sin embargo, me honras constantemente guardando tu
lugar sin estar distante, como es común en otros hombres. Eso es lo que más me
halaga: que puedas estar tan cercano
a mí, ser tan confidente, tan buen receptor de mis inquietudes y, no obstante,
mantenerte en tu lugar. Te doy confianza, tengo gestos de acercamiento y no te
confundes como haría la mayoría. Respondes a mí y a Dios, como dijiste días
pasados. Te doy libertades y me respondes con respeto, no me tomas por asalto,
no usurpas lo que no te corresponde. Diría que hasta te quedas un escalón más
bajo de lo que te permito subir, o un paso más lejos de lo que te permito
alcanzar. Rara vez cruzas la raya que dibujo figurativamente y, cuando lo
haces, siempre me dejas algo importante. Lo que es más: me dejas la sensación
de que podría haberte dado más libertad sin tener que lamentarlo; me haces
sentir deudora, que lo que yo pensaba que era generosidad de mi parte resultó
escasa frente a la realidad de tus acciones.
- ¡Pucha! ¡Vos sí que sabés
[sabes] desarmar a un hombre! Si pensaba portarme mal, ahora me mostraste qué
disfraz me puse y el disfraz me obliga. No me queda otra que portarme bien.
- ¿Estás fingiendo?
- No, hablo de disfraz porque
recuerdo una canción folklórica que dice:
“Le robaron la guadaña/a la
muerte que dormía/y el ladrón, que era decente, /se puso las ropas de matar”
(Le robó el instrumento de ejecución a la muerte, y tener la guadaña de la
muerte obliga, el disfraz obliga)
- No la escuché nunca.
- Es vieja, la cantaban Los
Trovadores del Norte, no habías nacido o eras muy chiquita. Me pusiste un sayo
y el sayo me obliga más allá de mi voluntad. Ya no depende solamente de mi
voluntad, también está la fe que tienes en mí, no sería de bien nacido
deshonrar esa fe. No podría. Tu fe me hace mejor, porque me obliga a serlo.
- Compromiso y responsabilidad…
- Que no pueden cumplirse si no
hay amor. ¿Te das cuenta de que los miedos no nos dejar crecer en nuestras
relaciones, nuestros lazos, nuestra hermandad? ¿Comprendes, ahora, la
profundidad del significado de 1ª de Juan 4: 18?
- Sí. Desde que me decidí a
confiar en ti hemos ganado los dos; por lo menos, yo he ganado mucho. Eras “un
hermano”, ahora eres “mi hermano”, mi “amigo hermano”.
- Los dos ganamos. Ya no es amor
por principios, que se puede ejercer con un enemigo o un desconocido. Esto es
amor a la carta, personalizado, “custom”. Amor desde el corazón, pero para una
persona que nos despierta sentimientos, que nos conmueve, que nos importa, que
conocemos.
- Yo percibo tu amor, Carlos. Sé
que me tienes en tu corazón como yo a ti. Pero percibo, también, que no eres
feliz. ¿Es por Graciela? ¿No puedo hacer algo yo para que seas feliz?
- La pérdida de Graciela, esa
tremenda injusticia que me obligan a vivir sin ninguna base bíblica ni razón
para tener que soportarla, aumenta mi sufrimiento enormemente, pero yo sufría
antes. No es la causa primaria. Es complejo. ¿Quieres escuchar una explicación,
o lo dejo aquí?
- No, no lo dejes aquí, te escucho, quiero comprender tu problema.
- Tengo un problema con algunos
neurotransmisores que hacen que tenga la mentalidad de un adicto. Nunca me
drogué, no tomo, ni fumo, pero mi personalidad es la de un adicto. Tengo todos
los sentimientos, no es que no pueda sentir alegría, por ejemplo. Pero no hay
que confundir alegría con felicidad. La alegría es por un momento, es efímera.
La felicidad es un estado emocional que persiste más tiempo. Es una sensación
de logro.
Supongamos que salimos a pasear y
la pasamos muy bien. Nos reímos, contamos anécdotas graciosas, disfrutamos
momentos alegres. Te dejo y vuelvo a mi casa con la euforia que esas alegrías
me produjeron. Pasa un tiempo, no muy largo, y queda un vacío, un agujero, como
si nada hubiera pasado. Todo se vuelve sin contenido, sin atractivo. Tengo una
sensación de carencia profunda, de tristeza. La vida pierde atractivo, todo es
negro. Dan ganas de no sufrir más, de pedir que me quiten la vida. Es
insoportable.
Soy un depresivo grave, con
etapas de bipolaridad, perfeccionista y con comportamiento obsesivo-compulsivo.
Me cuesta un arduo trabajo salir todos los días a trabajar. No me queda otra,
porque estoy solo. Pero algunos días aflojo y me quedo. No tengo ganas de
luchar más, no me queda energía para seguir.
Las vivencias no me son
suficientes, por hermosas que sean. No tengo mayores motivos para ser infeliz.
Tengo dos hijos honestos y trabajadores, ambos profesionales universitarios.
Jamás me dieron nada de qué quejarme. Me casé con una buena mujer. Tengo casa
propia. Sin embargo, no importa lo que pase, termino siempre en un pozo.
Esa carencia de felicidad me
lleva a buscar cualquier cosa que me produzca endorfinas, que alivie el pesar.
Por ejemplo: como. Tengo veinte kilogramos de más por buscar placer en la
comida. Cuando estoy en esos huecos trato de llenarlos con algo. Hasta se puede
volver una adicción.
- No sé qué decirte. Quisiera
hacer algo por vos.
- Lo estás haciendo. Llenas parte
de mi vida y tu compañía amorosa me ayuda. Si no hubieras entrado en mi
existencia, quizás ya no sería hoy. Se puede morir de pena. Mi cardióloga, que
conoce cuanto soy al igual que mi esposa y Graciela, me dijo que si no tuviera
la fe que tengo hace rato que me hubiese pegado un tiro. Ella es agnóstica y
reconoce que la fe me ha mantenido vivo. Así, el amor por Jehová también me ha
ayudado. Lo mismo que el amor por Graciela, cuando podía ejercerlo.
Ella tiene tantos problemas,
tantos sufrimientos clavados hasta la parte más profunda de su ser, que
ayudarla se convirtió en una misión, en una obsesión, en una adicción.
Ese afán por aliviar su
sufrimiento nació en mi corazón, desde un amor inmenso, desde el deseo intenso
de serle útil. Pero se hizo adicción.
La arrancaron de mi vida y al
dolor que produce la falta del objeto de mi amor se suma un síndrome de
abstinencia. Trabajar para ella, acompañarla, me hacía olvidar en parte mis
problemas. Enfocaba mi vida en mitigar su sufrimiento, en hacer todo lo posible
por que fuera feliz.
La quitaron totalmente y el agujero
se hizo infinito. Me hirieron de muerte. No soy un apóstata. Tampoco dejé a
Jehová, no es con él la cosa. Lucho por mi vida, July.
- ¿Y Jehová, Carlos? ¿No quieres
dedicarle tu vida a Él?
- Está escrito que hay quienes
dicen amar a Dios, pero no aman a su hermano. El Libro pregunta cómo pueden
amar al que no se ve si no aman al que se ve.
Amar a la que se ve, a la que
puedo tocar, a la que me dice “gracias”, me da la base para emprender el amor
más sublime por el que no se puede ver ni tocar.
El primer instinto del ser humano
es copiar a los padres que ve. Un niñito no puede comprender la profundidad del
amor de Dios hasta que no adquiere cierta educación y desarrollo mental. Dios
es más elevado, es más difícil. Más grande puede empezar a copiar a Dios ¿Por
qué dijo Jehová: «No es bueno que el hombre continúe solo»? Ese hombre hablaba
con Él, lo escuchaba. Sin embargo, necesitaba algo a su altura, aquí, bajito.
Cerca de la madurez es cuando se puede copiar el ejemplo de Dios, cuando es
posible comprender algo acerca de Él. Pero, aun maduros, necesitamos amar con
los sentidos. Necesitamos estos abrazos que nos damos cada tanto, la palabra de
aliento, la caricia, el beso en la mejilla, reír y llorar de a dos, caminar
juntos, pedir, dar, esperar. Y, fundamentalmente, necesitamos agradecer la vida
para amar al que nos la dio.
Le dediqué una vez mi vida y
fracasé. Te dije hoy que tengo ganas de pedirle que me quite la vida, que no
soporto sufrir más.
¿Qué vida le voy a dedicar, la
que no tengo ganas de tener?
Había encontrado una luz de
esperanza en el amor profundo y sin mancha que tengo por Graciela. En nombre
del Amor me prohibieron el amor y me dejaron completamente vacío.
- ¡No es verdad! ¡No sigas! ¡No
estás vacío! Me llenas de ternura, me cobijas, abrigas mi corazón. ¡No me
hieras, recibo cosas de ti! ¡No deliro ni sueño! ¡Eres real, me haces bien!
(llorando) ¡Por favor, no sigas destruyéndote, yo recibo tu amor, existe!
- Chiquita, chiquita querida.
¿Qué te está pasando? Ven, siéntate sobre mí y abrázame como una hijita.
Hablemos de corazón a corazón, bien cerquita, abrazados.
- No importa en condición de qué
me siente en tu regazo y te abrace, como hija, como madre o como mujer, estoy
segura en tus brazos. Yo recibo cosas de vos. No estás vacío, te engañas.
- Probablemente no esté vacío
como dices. No se trata de la realidad objetiva, sino de mi realidad subjetiva.
Sobre cómo me siento yo. No depende de mi voluntad, ni de cuánto ore, ni de
cuánto estudie, ni siquiera de cuánto ame. A menos que Jehová haga una curación
milagrosa ahora, esto va a seguir irremediablemente hasta el nuevo mundo o
hasta mi muerte, lo que acontezca primero. No hay palabras de consuelo. Puede
haber distracciones, pueden existir gozos más o menos duraderos, pero hay algo
genético que priva sobre el intelecto y las intenciones. No puedo contra eso.
Dios puede, pero ahora no es tiempo de milagros. Él sabe por qué no es
conveniente ahora. Yo acepto eso, no lo cuestiono. Solamente quería que me
dejaran amar como a mí me sale del corazón.
- Bichito de luz (apretándome),
bichito de luz. Ámame a mí, que estoy aquí.
- Te amo, July, no lo dudes.
- ¿Por qué no lleno tu vida, ese
hueco que sientes que tienes que llenar?
- Lo llenas por el tiempo que
estoy contigo. No tengo carencias hasta un tiempo después de que te vas. Tengo
otro agujero que no puedes llenar –y que olvido mientras estás conmigo- pero no
trates de competir con ella. Ya te expliqué: el amor que tengo por mi otra
amiga tiene su nombre y su sello, es a medida. El tuyo también. No puedes
reemplazarla, ni ella a ti. Tú me necesitas de una manera; ella de otra. Son
dos personas, dos amistades, dos amores, que no son incompatibles; antes bien,
enriquecen mi vida.
No tienes idea de cuántos y cuán
serios problemas tiene Graciela, de cuántos minutos y segundos intensos de
comunicación profunda hemos gastado en tender un puente entre nosotros. Puente
que han dinamitado. O peor aún: dos hermanos siameses que han separado con los
dedos, desgarrándolos, con una crueldad sin límites, infinita. Un dolor
supremo. Sé que la dejaron sola, que no me reemplazaron, que ella sufre, de
otra manera diferente a la mía, y que también le está costando salud. Sé que
podría estar haciendo algo por ella, todo lo que pudiera, pero soy muy
limitado, no todo cuanto quisiera soy capaz de hacer efectivamente por ella.
Pero, así, no me dejan hacer nada y me desespera.
Hoy por hoy estamos juntos y el
amor crece. Mañana se enteran de quién eres y te quitan los privilegios y nos
separan. ¿Otra muerte más? ¿Qué está esperando Dios para corregir semejante
injusticia?
- Quizás quiera que le demuestres
algo, o que aprendas algo.
- ¿Otro examen más? ¿Siempre
tengo que hacer o demostrar algo para que me quieran?
No hay comentarios:
Publicar un comentario