Dijiste que
debería bastarme con Jehová. No sé quién te enseñó eso, pero Jehová dijo otra
cosa. Le habló a su único Hijo y le expresó: “No es bueno que el hombre continúe solo. […]”. (Génesis 2: 18) Ese
hombre no era un pecador como nosotros, era un hombre perfecto que hablaba
directamente con Dios, lo escuchaba. Dios sabía que Él no le bastaba. Por eso
le dio un complemento, una ayudante y a toda la humanidad en ella. (Génesis 3:
20) Las dádivas de Jehová son perfectas; no le dio una esposa, le dio toda la
humanidad. Por eso la llamó Eva.
A mí se me ha
dicho que no hay ningún registro bíblico de una amistad profunda e íntima entre
dos seres de distinto sexo. Solamente hay ejemplos de dos hombres o dos
mujeres. Sin embargo, del que no haya registro no es posible deducir nada, ni
bueno ni malo. No hay registro, no dice nada. Pudo haber sido porque no era
relevante o porque en esa época las costumbres sociales no lo hacían común ni
frecuente.
El único
principio bíblico que los ancianos me opusieron fue el que se registra en
Jeremías 17: 9: “El corazón es más traicionero que cualquier otra cosa, y es
desesperado. ¿Quién puede conocerlo?” También citaron Mateo 10: 37: “El que le
tiene mayor cariño a padre o a madre que a mí no es digno de mí; y el que le
tiene mayor cariño a hijo o a hija que a mí no es digno de mí.”
Vayamos
primero al corazón. El profeta Jeremías, inspirado, escribió: “Porque este es
el pacto que celebraré con la casa de Israel después de aquellos días —es la
expresión de Jehová—. Ciertamente pondré mi ley dentro de ellos, y en su
corazón la escribiré. Y ciertamente llegaré a ser su Dios, y ellos mismos
llegarán a ser mi pueblo.” (Jeremías 31: 33)
El profeta Ezequiel fue más explícito: “Y ciertamente les daré un
corazón nuevo, y un espíritu nuevo pondré dentro de ustedes, y ciertamente
quitaré el corazón de piedra de su carne y les daré un corazón de carne”.
(Ezequiel 36: 26) Israel tenía el corazón duro como piedra y Jehová prometió
que lo iba a cambiar por uno “blando” de carne. Jesús, el Hijo de Dios, explicó
la esencia, el fundamento, el motor de la ley: “Y uno de ellos, versado en la
Ley, preguntó, para probarlo: 36 “Maestro, ¿cuál es el
mandamiento más grande de la Ley?”. 37 Él le dijo: “‘Tienes que amar a Jehová tu Dios con todo tu corazón y con toda tu alma
y con toda tu mente’. 38 Este es el más grande y el
primer mandamiento. 39 El segundo, semejante a él, es
este: ‘Tienes que amar a tu prójimo
como a ti mismo’. 40 De estos dos mandamientos pende
toda la Ley, y los Profetas” ”. (Mateo
22: 35-40)
Ahora, te
pregunto: ¿Es tonto Jehová?
Nadie se
atrevería a decir que sí y, además, no sería cierto. Las cuatro cualidades
fundamentales de Jehová son: Amor, Justicia, Sabiduría y Poder. ¿Por
qué, entonces, la pregunta?
Si el corazón
fuese irremediable y peligrosamente traicionero y desesperado, ¿por qué grabar
la ley en el corazón? ¿No estaría todo condenado al fracaso?
No. Y Jehová
lo explica: “8 No deban a nadie ni una sola cosa, salvo
el amarse unos a otros; porque el que ama a su semejante ha cumplido [la] ley. 9 Porque
el [código]: “No debes cometer adulterio, No debes asesinar, No debes
hurtar, No debes codiciar”, y cualquier otro mandamiento que haya, se resume en
esta palabra, a saber: “Tienes que amar a tu prójimo como a ti mismo”. 10 El
amor no obra mal al prójimo; por lo tanto, el amor es el cumplimiento de la
ley.” (Romanos 13: 8-10)
La Ley se
graba en el corazón y es eficaz solamente si amamos de todo corazón a Dios y al
prójimo. Si no amamos con todo el corazón el pecado es inevitable; pero cuando
el amor abunda, el pecado huye. El otro nos importa más. (Juan 13: 34 y Juan
15: 12-13) [Un nuevo mandamiento, un nuevo espíritu. (Ezequiel 36: 26)]
¿Cuántos
corazones tenés? Figurativo, uno, por cierto. Con ese mismo corazón es tu deber
amar a Dios y al prójimo. ¿Qué pasó hace unos cuatro años atrás? Caíste en una
crisis terminal en la que sentiste que Dios te había soltado la mano. En el
fondo de un abismo, sin Dios y sin esperanza, mandaste a tu hijo Mariano a buscarme.
Te encontré como nunca te había visto ni oído. Te ofrecí a Dios y te dejaste
llevar de la mano por mí a Su organización. No te atraje a mí, te acerqué a
Dios. Cuando estabas en tu estado más vulnerable.
¿Quién fue tu
prójimo en estos últimos ocho o diez años? ¿Te pediría el Dios que graba la Ley
en los corazones que me abandonaras ahora? ¿Cometí algún pecado grave contra
vos o Jehová? ¿Estás en peligro? Antes bien, te juro, Graciela, que te va a ser
muy difícil encontrar a otro que te ame más que yo. No es imposible, pero es
muy improbable. Mi vida junto a vos -todos mis actos en ella- prueba mi amor.
Yo no enuncio mi amor hacia vos; lo puedo probar por mis actos. Ese amor no
deja dudas de que el pecado craso está muy lejos de nosotros dos.
Nos queda eso
de: “el que ama más a… no es digno de mí”. También, que en ello está implícito
obedecer. ¿Desobedecí a Dios?
Te conocí
predicando. Toqué tu timbre. No sabía que existías. Me abriste las puertas de
tu casa; conocí a tu marido, a tus hijos, a tu madre. ¿De qué hablamos? De
Dios, de cosas espirituales. Tenía un cariño muy tierno y cálido hacia vos,
pero no conocía tus problemas. Después me dijiste que te gustaba más otra
religión, que “casi te había convencido”, pero que preferías la otra. Te
consideré “perdida” para Jehová. Había fracasado.
Pasó el
tiempo y me pediste ayuda. Fui y encontré, de a poco, el drama de tu vida. Te
daba por perdida, pero te ayudé porque nació de mí hacerlo, no por el interés
de ganar a una persona, ni siquiera para Jehová; porque el cariño se fue
transformando, paso a paso, en amor, Amor, ¡AMOR!
Yo siempre
obedecí a Jehová porque Él nos pide
que amemos. Dios es Amor (1ª de Juan 4: 8; 16 - ¡Ver 4: 11!). Además: “no quiere sacrificio” (Mateo 9:13)
No es que te
ame más que a Jehová. Él es todopoderoso, no me necesita; vos y yo lo
necesitamos a Él. Pero vos sos débil y estás sufriendo por tus problemas. El
amor y la justicia mandan atender al más débil, al que necesita. Estás sola sin
mí, no puedes negarlo. Nadie te acompaña, nadie te ayuda. Tan solo te ponen
reglas. Nos ponen reglas.
Si mi amor es
pecado, entonces Dios es pecado también. ¡Jamás sea eso cierto! Si Dios no es
pecado, mi amor tampoco.
Si cometí un
pecado, este ha sido amarte con toda mi alma. Es mi único pecado con vos. Pero
estoy seguro que no. No como te amo.
¿Lo leerá alguna vez? ¿Volveremos a conversar como antes algún día? ¿Por qué esta injusticia?
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