Ella: - Me contó un pajarito que te estás congregando con
otra comunidad. Me puse muy contenta. Es un buen signo de tu parte. No
soportaba verte en una actitud suicida. No podía obligarte y no sabía muy bien
qué hacer. Tienes a Jehová en tu corazón, después de todo.
Yo: - Sí, es verdad, ya fui cinco veces, incluido el
Memorial.
- ¿Cambió algo con Graciela?
- Sí, pero después de comenzar a reunirme.
- ¿Cómo?
- Después de asistir al Memorial, Graciela le pidió permiso
a un anciano para que fuera a la casa a arreglarle el baño principal. Ya me
había anticipado que iba a solicitar autorización cuando le llevé unos
teléfonos para que buscara trabajo, hace como tres semanas atrás. No pensé que
fueran a decirle que sí. El anciano le dijo que mientras fuera para trabajar no
había problema, estaba en su derecho de llamarme.
- Te habrás sentido bien, ¿no es cierto? Una de tus grandes
angustias era pensar que necesitaba ayuda y que no te dejaban dársela.
- Sí, lo tomé como una bendición enorme, un consuelo, una caricia.
Sentí que Jehová había empezado a arreglar las cosas, a responder a mis
oraciones y –quizás- a las de Graciela
también. Era una injusticia mayúscula, no podía continuar.
- Me alegro, me alegro tanto… Estás un poco mejor de
semblante.
- Es un alivio poder entrar a hacer algo por ella. Me
conformo con eso. Después de tanta hambruna, un pan duro es un manjar. No tengo
a la amiga de antes, pero lo principal es estar cerca y saber qué le hace
falta. Ya me las arreglaré para auxiliarla, con la ayuda de Dios. ¡Hay tanto
que hacer! Voy a estar muchas veces en esa casa trabajando. Casi siempre sin
ella, porque se va a su labor. Mejor así, para que no tengan nada que decir ni
de qué dudar.
- ¿Recuperaste el gozo perdido?
- Más que gozo, es una esperanza; se ve una luz al final del
túnel oscuro en el que estaba. He llorado mucho en estos días posteriores a mi
entrada en la casa. Tengo mucho dolor acumulado. También es por agradecimiento
y emoción, no esperaba este regalo de Dios. Ahora necesito que Dios me provea
los medios para hacer todo lo posible por levantar esa vivienda y que Graciela
pueda invitar a algunas hermanas sin sentir vergüenza. Abruma ver todo lo que
es; sin embargo, estoy seguro que voy a hacer todo lo que ella necesite. No sé
si merezco que Dios me dé este privilegio, pero ella necesita que alguien se
ponga a su servicio. “Aquí estoy yo, envíame a mí”.
- Quisiera acompañarte y hacer algo también.
- No, gracias. Lindo de tu parte. Graciela no te conoce y se
sentiría molesta por como está todo. Además, es trabajo de albañilería,
plomería, electricidad, hasta hacer un techo que se voló con una tormenta. Muy
pesado. Tendrías que dejar el precursorado si fuera posible que hicieras algo
de todo ese trabajo. No es una actividad que debas abandonar, ni siquiera por
amor. Sigue siendo precursora, es lo mejor. Cuando todo esté más dentro de lo
normal, te presento a mi amiga y te acercas a ella para darle cariño y amistad.
Eso también es una forma no menos importante de ayuda.
- Voy a conocer a la persona cuya historia escuché hace un
tiempo. Por saber esa historia me acerqué a ti, al principio con recelo.
Debería romperla a abrazos tan solo porque saber de su amistad contigo me animó
a intentarlo.
- Bueno, cuando se haya acostumbrado a tus abrazos podrías
sugerirle que nos abrazáramos los tres. Economía de abrazos, que le dicen; hay
crisis energética: ahorre abrazos, cuide sus fuerzas.
- ¡Ja! ¡Trato hecho, amigo! Es mi madrina en amistades
prohibidas.
- Shhhh, silencio, no levantes la perdíz.
- ¡Ja, ja! ¡Como te quiero, mi prohibidito!
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