Leí el texto que sigue cuando tenía diecisiete años, el mismo año de la muerte de su autor. Cuarenta y cinco años después, todavía me produce la misma sensación al llegar a su final.
Encontrar otro mundo no es
únicamente un hecho imaginario. Puede ocurrirle a los hombres. Y también a los
animales. A veces las fronteras se deslizan o se confunden: basta con estar
allí en aquel momento. Yo presencié cómo
le ocurría esto a un cuervo. Este cuervo es vecino mío. Jamás le he hecho el
menor daño, pero tiene buen cuidado en mantenerse en la copa de los árboles,
volar alto y evitar la
Humanidad. Su mundo empieza donde se detiene mi débil vista.
Ahora bien, una mañana, nuestros campos se hallaban sumidos en una niebla
extraordinariamente espesa, y yo caminaba a tientas hacia la estación.
Bruscamente, aparecieron a la altura de mis ojos dos alas negras y enormes,
precedidas de un pico gigantesco, y todo se alejó como una exhalación y con un
grito de terror como espero no volver a oír otro en mi vida. Este grito me
obsesionó toda la tarde. Llegué hasta el punto de mirarme al espejo,
preguntándome qué habría en mí de espantoso...
Por fin comprendí. La frontera
entre nuestros dos mundos se había borrado a causa de la niebla. El cuervo, que
se imaginaba volando a su altura acostumbrada, vio de pronto un espectáculo
sobrecogedor, contrario para él a las leyes de la Naturaleza. Había
visto a un hombre que andaba por los aires, en el corazón mismo del mundo de
los cuervos. Había presenciado una manifestación de la rareza más absoluta que
puede concebir un cuervo: un hombre volador...
Ahora, cuando me ve desde
arriba, lanza unos pequeños gritos, y yo descubro en ellos la incertidumbre de
un espíritu cuyo universo se ha desquiciado. Ya no es, ya no volverá a ser
jamás como los demás cuervos...
Loren
Eiseley (03-09-1907, 09-07-1977), antropólogo estadounidense.
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