Cuando yo tenía diecisiete años los bailes comenzaban mucho más temprano que ahora y terminaban, como muy tarde, a las dos de la madrugada. También era común que fuera obligatorio ingresar vestido con ambo, traje o de elegante sport, entendiendo por esto último un saco sport, camisa y corbata. El único establecimiento en el que recuerdo no se cumplía esta regla era uno que se llamaba Zodíaco, en la ciudad de Buenos Aires. Allí concurrían los rockeros pesados de entonces, vestidos con jeans ("vaqueros" en ese tiempo), mocasines de gamuza muy claros, casi amarillos, y con medias negras.
Muchas veces la barra de amigos sentía la necesidad de continuar en compañía hasta que amaneciera. Había varios lugares que permanecían abiertos toda la noche: un café por el barrio de Devoto, otro en Flores y uno que servía chocolate a la española con churros en Avenida de Mayo, en el corazón de la ciudad.
Jocosos, contando chistes y anécdotas veíamos amanecer para volver luego a nuestros hogares. A esa hora y contentos, entre amigos, teníamos la risa fácil. Una vez, por ejemplo, pedimos café con leche con tres medias lunas. El mozo -hombre mayor- dijo: ¡marchen cinco cafés completos! El petiso Viña preguntó: ¡Mozo! ¿Y sin pleto cuánto vale? (Risas generalizadas, menos la del sacrificado mozo que tendría ganas de ir a la cama y no estar trabajando ahí y -menos- soportando a tan bullanguera tropa)
Cierta noche el tema fue acerca de la parte trasera de la hermana de uno de los amigos que, les doy mi palabra, era espectacular. Todos hablaban animadamente y sin faltarle el respeto ni al amigo ni a la hermana, pero el hermanito estaba con la cabeza baja y, si hubiera sido una caricatura, le hubiese salido humito negro de la cabeza. ¡Cáyense boludos, termínenla! Y cosas por el estilo. Pero los muchachos estaban embalados y no le hacían caso. Cuando la olla comenzó a levantar presión, uno le habló con toda franqueza, ante el silencio de todos.
-No estamos diciendo nada malo de tu hermana. No hacemos un juicio moral de ella ni estamos diciendo que haga algo incorrecto. Solamente estamos ponderando algo lindo que posee. Decí la verdad, ¿no tiene un culo bárbaro?
Nuevamente, con la cabeza baja y casi susurrando, admitió:
-Sí. La verdad, tiene un culo bárbaro.
El silencio se rompió en un ¡Bieeeeen!, acompañado de un montón de manos golpeando la espalda del honesto amigo y hermano.
Enseguida llegaron los cafés completos.
Ser hija de una madre Narcisa
Hace 9 años
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