Alguna vez fue una nenita encantadora. Dulce, tierna, inocente, de sonrisa hospitalaria, muy cariñosa. Yo le decía "mi Osita Koala" porque me abrazaba colgándose de sus brazos y rodeándome con sus piernas, como los ositos koala a los árboles.
Después fue creciendo y yo madurando (que es un eufemismo por envejeciendo). De vez en cuando me daba alguno que otro abrazo como los de antes, pero sin las piernas, es claro. Además, no hubiera estado seguro de poder soportarla; sobre todo ahora, que estoy tan maduro que diría que "a punto de pudrirme".
Hoy es una joven mujer que sigue siendo dulce -como la miel-, tierna, inocente, cariñosa, romántica y soñadora. Hace rato que ya no me abraza como una koala, ya tiene otro árbol que ella eligió.
Cosas de la vida. Este "maduro" hombre sigue caminando solo la vida y con un abrazo menos. En realidad no estoy solo: somos dos que caminamos por el mismo rumbo. Uno es un hombre que la ama y quiere que sea feliz; el otro, es un monstruo egoísta que quisiera que no hubiese crecido para que no se fuera. Dr. Jekill and Mr. Hyde, ni más ni menos.
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