No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
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viernes, 10 de mayo de 2013

La niña desnuda


Hace unos cuantos años atrás, en un verano muy caluroso, una vecina tenía en su casa al hijo de otra. Este niño, de alrededor de tres años de edad, estaba completamente desnudo y corría alegre por toda la casa.

Por aquel entonces, esta vecina mía tenía una hija de nueve o diez años. Hoy es una mujer casada y con hijos de menos de cuarenta.

La anfitriona le dijo al niño que fuera al patio a mojarse con su hija. Una puerta se abrió, el niño pasó como el viento por ella y se paró en frente de la niña, que tenía una bombachita (1) de tiro corto (2) blanca, muy pegada a su cuerpo mojado. Ella lo mojó con la manguera y no se dio cuenta de que yo la estaba viendo.

Estaba por bajar la vista cuando la expresión de su rostro cambió. Pero no porque me hubiese visto a mí observándola; ella miró al niño de otra forma. Su expresión facial tenía significado; aunque un hombre común no puede acceder a los pensamientos de otra persona y, por eso, no puedo decir a ciencia cierta qué pasó por su mente. No bajé la mirada, había algo que no tenía que dejar de ver, que no era precisamente la semidesnudez de ella. Por un instante infinitesimal ella dirigió sus ojos a su propio cuerpo y volvió a mirar al niño. Su mirada se enterneció y comenzó a bajar su bombacha hasta que quedó floja y la dejó caer al suelo. Quedaron los dos, frente a frente, desnudos. El pequeño no dio señas de que nada cambiara y ella siguió mojándolo y mojándose en un juego inocente.

Soy de los que creen que la vida nos da lecciones magistrales a cada segundo. Terminé mi observación indiscreta con una extraña sensación de respeto y con una incógnita. Verdaderamente: ¿Qué había pasado? ¿Qué me enseñaba eso?


Ese día no lo supe. Tampoco, creo, al día siguiente. No puedo decir cuándo aprendí la lección, pero fue mucho más tarde.

Los niños no sienten vergüenza de la desnudez hasta pasados los cinco años. Después, todo cambia. Desnudos nos sentimos expuestos, vulnerables. La desnudez pone al descubierto nuestra culpa. Pero los niños son inocentes, viven la vida con candidez. No son perfectos, son como nosotros, nacen pecadores. Sin embargo, dos niños se pelean "a muerte" a cierta hora y dos minutos más tarde juegan juntos de nuevo, como si nada hubiera ocurrido. Se besan, se abrazan, se pegan, se gritan como les surge de su interior. Se muestran tales como son, en total desnudez, aunque estén gruesamente abrigados en el más crudo invierno. Ellos siempre van desnudos, son transparentes, se ve a través de ellos.

Esta niña de nueve años había entrado en la etapa de los pudores, de las culpas. Aunque sola en el patio, había dejado una última barrera a "lo de afuera": su bombacha mojada, que dejaba traslucir el rosa de su piel. Cuando cambió su manera de observar al niño desnudo que tenía en frente, yo supongo que fue porque se percató de una injusticia, de una desigualdad, de una falta de reciprocidad. Ante tanta sinceridad, inocencia, inofensividad, era una injusticia y una falta de respeto no estar a su altura. Inmediatamente corrigió su error: dejó caer la última barrera, para emparejar las cosas. Recobró su dignidad frente al que se mostraba tal cual era, sin miedos.

Esa era la lección. (La Biblia. Primera Carta de Juan 4: 18, de Jehová, Dios)

Nosotros no solo nos cubrimos con ropas. También edificamos otras barreras, corazas, líneas fortificadas, para que el otro no llegue a nuestro lado vulnerable. Nos aislamos. Pero quedamos solos y dejamos solos a los demás.

¿Se acuerdan de ese Ser, tan impopular hoy, que algunos dicen que no existe? ¿Cómo nos creó Él?: DESNUDOS. Y, también, dijo: "No es bueno que el hombre esté solo".

¿Qué me enseñó esto a mí?

Cuando veo que una persona necesita ayuda, me desnudo ante ella. No me quito la ropa que me cubre, levanto o derribo las barreras de mis culpas y temores. No le digo: "cuénteme". Comienzo abriéndole mi corazón y contándole mis cosas. Le muestro mis cicatrices, las heridas que sangran todavía, mi corazón herido, pero latiente, fiel, que me sostiene. Fiel: aunque, a veces, me haga hacer cosas que no quiero, late para mí. Le cuento de mis miserias y debilidades. Destruyo todas las líneas de defensas, quedo a su merced. ¿Y qué hace la persona? Como la niña, tarde o temprano también se quita la ropa.

"Cuando se crean lazos, se corre el riesgo de llorar" (El Principito, de Antoine de Saint-Exupéry). Pero amar vale la pena y el riesgo. ¡Vaya si vale la pena!


(1) Braga, pantaleta.
(2) Que no llega a la línea de la cintura.