No se vende, pero fue comprado

El contenido de este blog no puede ni debe ser vendido, pero ha sido comprado.
El tiempo que uno dedica a las cosas o a las personas es lo que las vuelve valiosas. Cuando doy mi tiempo a algo estoy cediendo mi vida, la vida que transcurre en ese tiempo. El receptor termina teniendo algo mío. Esta es la clave para cumplir con el mandato de Levítico 19: 18: "Ama a tu prójimo como a ti mismo". Pero Jesús nos dio un nuevo mandamiento: Amar al prójimo más que a uno mismo, hasta dar la vida por él. (Juan 15: 12-13) Salvo para defender la integridad de algún integrante de la familia o de alguien muy amado, nuestro sacrificio no es beneficioso en la forma en que resulta el de Cristo. Perder la vida cruentamente en beneficio de otro no redime porque somos pecadores. Pero sí es posible dedicarle tanta atención a alguien que podamos afirmar que hemos dejado la vida en él o por él. No de manera cruenta o sacrificial, sino en cuanto a entrega y dedicación. Así como le dedicamos nuestra vida a Jehová, también es bueno darla por otro invirtiendo nuestro tiempo en él.
_____________________________________________

lunes, 1 de abril de 2013

Una paloma, un recuerdo


Un día, hace algunos años, decidí ir a dar de comer a las palomas en la Plaza de los Dos Congresos. Llevé una bolsa de maíz pisado. Una vez que encontré un banco vacío, me senté en él y abrí la bolsa. Dejé caer un puñado a mis pies y comenzaron a llegar palomas desde distintos sitios alrededor.

De pronto, una paloma vino volando y se posó en mi hombro izquierdo. Apenas giré la cabeza para echarle un vistazo. Ella no reaccionó ante mi atención. Antes bien, comenzó a mirarme sin disimulo, como si me estudiara exhaustivamente. Me causó gracia y mucha ternura ver cómo me observaba con un solo ojo desde distintos ángulos, con candidez. Para ese entonces tenía los pies cubiertos por un batallón de palomas, más las piernas, ya que había llenado mis dos manos con maíz y las tenía abiertas sobre mis rodillas. Pero ella seguía en mi hombro.

Despacio, saqué una mano con maíz de entre el montón de palomas que comían confiadas y lo acerqué a mi huésped. Miró el maíz, pero no lo probó. Giré nuevamente la cabeza, esta vez más cerca que antes, y le susurré: "¿qué pasa, no tenés hambre?" Tuve ganas de darle un besito, pero no me animé a romper el hechizo.

Dejé el maíz sobre mis piernas y retiré las manos. Todas las del montón comían como si fuera la última vez. Tomé a una del medio entre mis manos y la subí hasta ponerla en frente de mi cara. Las demás ni se dieron cuenta, o no les importó. Pero la que había tomado temblaba: ¡BRRRRRRR! De pronto me dio pena que se asustara y volví a dejarla en donde estaba. Siguió comiendo ni bien la apoyé y la liberé.

Mientras tanto, la que estaba sobre mi hombro presenció la escena sin hacer nada.

Cuando el maíz se acabó empezaron a volar y la última en dejarme fue mi amiga, la del hombro. No comprendí hasta un tiempo después lo que había sucedido. De alguna forma, esta paloma que no comió había sido designada para cuidar al resto, era una paloma de guardia. Por eso no se distraía comiendo.

El conjunto confiaba a ella su seguridad, pudiendo, entonces, alimentarse despreocupado. Seguramente esta guardia comenzó antes de que se posara en mi hombro. Las palomas que me rodeaban y cubrían no confiaban en mí, sino en ella. Ante la menor señal de peligro ella haría algo para que volaran lejos de la amenaza. Pero, cuando tomé a una del montón ella no les avisó. No sé cómo comprendía que no les haría daño. Entre ella y yo sí se estableció un lazo de confianza y actuó en consecuencia. Cumplió con su deber de cuidar, pero no hizo nada cuando tomé a su compañera, porque sabía que nada había que temer.

No dijo adiós cuando dejó mi hombro. No volví a verla, ni debe ser ya. Pero quedó conmigo.